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¿Cómo sería Cuba sin el embargo?



Cuando leo o escucho los argumentos de Hillary Clinton y de todos los que abogan por el levantamiento del embargo comercial de Estados Unidos contra el régimen castrista siempre me asalta una pregunta: ¿Cómo sería Cuba sin el “bloqueo yanqui”?

En verdad suena muy bonito eso de que sin el embargo la gente en Cuba va a vivir mejor, el régimen se quedará huérfano de discurso político y tendrá que flexibilizar su vocación dictatorial ante el influjo democratizador de los turistas y las inversiones venidos del otrora “imperio”, convertido en socio comercial y financiero de los Castro.

Lo que pasa es que aquí no funciona la filosofía de Ramón de Campoamor cuando dice en su célebre poema que “todo es según el color del cristal con que se mira”. Juro que por muy bello cristal que use para atisbar ese posible escenario post-embargo, lo sigo viendo todo muy feo.

Si tomamos en cuenta el comportamiento histórico y la naturaleza misma del castrismo no se avizoran aspectos positivos con un cese del “bloqueo”, y sí espejismos propios de gente mal informada o ingenua. La única especulación con ribetes buenos es que con los cuantiosos ingresos en dólares que obtendría el gobierno de Raúl Castro con la invasión de turistas estadounidenses que irían a la isla (a constatar cómo se vivía en la Edad Media), podría importar más alimentos, medicinas y otros bienes.

Ello podría aliviar el nivel de pobreza generalizada que padece la sociedad cubana. Pero la mejoría sería ligera, y pagando el precio de que paradójicamente aumentaría la represión política y el irrespeto a los derechos fundamentales del hombre moderno occidental y otras libertades básicas.

Los ciudadanos de a pie seguirían siendo pobres, bien como empleados estatales con un salario promedio que oficialmente se supo hace unos días es de 19.8 dólares mensuales (477 pesos cubanos); o como desempleados “inventando” a diario para sobrevivir, o como precarios cuentapropistas, debido a que la nueva Ley de Inversión Extranjera, y los “Lineamientos” aprobados en el último Congreso del Partido Comunista (PCC) prohíben que los cubanos residentes en la Isla puedan invertir para ampliar sus timbiriches, o asociarse con capital extranjero.

Levantar el embargo no hará “capitalista” a Cuba, ni suavizará la dictadura, porque la nomenklatura dirigente sabe que si permite que haya un gran número de pequeños productores y comerciantes independientes, y se les deja crecer, se convertirán en grandes capitalistas. Así ocurrió en China. Bajo unos “Lineamientos” económicos partidistas muy diferentes Beijing lanzó la consigna de “enriquecerse es glorioso” y los cuentapropistas crecieron y pasaron a ser empresarios multimillonarios. Hoy China tiene la segunda economía más grande del mundo y el 60% de ese gigantesco Producto Interno Bruto lo genera el sector privado.

Pero los planes de los Castro son otros. Quieren que una nueva burguesía cívico-militar sea la que se convierta en capitalista –y nadie más–, dentro de un modelo de capitalismo de Estado diferente al chino, con mayor control y manipulación del mercado.

Si corriendo todos los riesgos hubiese inversionistas estadounidenses dispuestos a llevar capital y tecnología a Cuba, sólo podrían hacer negocios con esa naciente casta empresarial militar, que ya forjan los familiares de los Castro, el generalato, el Ministerio de las Fuerzas Armadas, el Ministerio del Interior y la máxima jerarquía partidista.

Ellos serían quienes formarían las empresas mixtas con las compañías de EE.UU. Y quedarían en condiciones mucho más favorables para implantar el modelo capitalista de corte fascistoide ya citado cuando los Castro digan el adiós biológico.

En otras palabras, altos ejecutivos de McDonalds, Chevron, Microsoft, Wal-Mart, o General Motors, podrían asociarse no con emprendedores cuentapropistas sino con generales, coroneles y jerarcas civiles de la tiranía más larga en la historia continental.

Posible marcha atrás

El comercio y las inversiones estadounidenses, lejos de darle más protagonismo al sector privado, podrían causar todo lo contrario. Fortalecido financieramente el régimen y la economía estatal, se colocaría en el limbo la liberación de algunas fuerzas productivas prometidas “sin pausa, pero sin prisa”. O peor, podría haber marcha atrás de algunas “reformas” raulistas para impedir que los cuentapropistas ganasen espacio económico y comercial, e hiciesen mucho dinero,  pese a las prohibiciones vigentes.

Conclusión, que los pequeños negocios privados no podrían beneficiarse mucho de una avalancha de turistas estadounidenses para progresar, ni vincularse con las empresas estadounidenses. El Estado absolutista se llevaría casi todo el torrente de divisas aportadas por los “gringos”.

Por otra parte, creer que el arribo de esos turistas procedentes del American Way of Life tendría una influencia reformista y democratizadora es una ilusión. Para empezar, el turismo en Cuba es esencialmente de enclave, en sitios alejados del ciudadano común. Y el Ministerio del Interior incrementaría (tendría más dinero) el número de agentes policiales que hoy se observan donde se mueven los turistas, para evitar que la gente de a pie entre en contacto con ellos, o para limitar dichos contactos. Además, muy pocos cubanos hoy hablan inglés (lo hablaron bastante hasta 1959 y 1960). A la isla van anualmente casi tres millones de vacacionistas y no han ejercido ninguna influencia aperturista.

Todo indica que un cese del “bloqueo”, lejos de hacer flexibilizar el sistema político estalinista y alentar un mayor respeto a los derechos humanos, alejaría más las posibilidades de que los cubanos obtengan libertades individuales. La experiencia muestra que con más recursos financieros la dictadura cubana no afloja la mano, sino que la aprieta más. Sin duda veríamos la modernización tecnológica del aparato represivo.

Por ejemplo, con “bloqueo” y todo en 2009 el presidente Barack Obama autorizó a las compañías estadounidenses de telecomunicaciones y tecnología de punta a invertir en Cuba e instalar sistemas satelitales para TV, Internet y telefonía, y también a conectar un nuevo cable avanzado directo de Cuba a EEUU.  Los cubanos de a pie podrían hoy captar el mismo servicio de TV satelital de Direct-TV que tienen sus familiares o amigos en EE.UU, para enterarse de lo que pasa en el mundo, ver juegos de Grandes Ligas, o navegar por la Internet. Pero el gobierno castrista no aceptó tales inversiones, ante todo porque significaban libertades ciudadanas.

No exculparán al socialismo

Igualmente es una errónea percepción creer que eliminado el embargo el régimen no podría seguir ya culpando a EE.UU del desastre económico castrista y tendría que moderar sus ataques políticos al vecino del Norte. Los Castro quizás moderarían sus diatribas antiestadounidenses, pero ellos nunca van a admitir que la miseria en Cuba es obra del socialismo. Y punto.

En el momento mismo en que se hiciese el anuncio el gobierno de Raúl Castro lanzaría su plan B, cuidadosamente elaborado durante años para dicha ocasión:  una ruidosa campaña diplomática, legal, política y mediática, a nivel mundial, en reclamación de los 108,000 millones de dólares que dice debe pagar EE.UU. por los daños ocasionados por el “bloqueo”.

En esa ofensiva La Habana seguiría presentándose como el pequeño David que se enfrenta al gigante Goliat y continuaría acusando a EE.UU del desastre económico cubano en la ONU con el argumento de que esa debacle fue provocada por Washington y que mientras no pague la suma pedida –ridículamente inflada– no se podrán subsanar los daños sufridos en medio siglo, ni se podrá reconstruir la economía nacional.

Como estratega mayor del grupo de países del ALBA, Cuba continuaría culpando a Washington de todo lo malo sobre la Tierra. Así lo hace Nicolás Maduro y el régimen chavista no sólo tiene relaciones diplomáticas y comerciales normales con EE.UU., sino que se mantiene en el poder por el petróleo venezolano que compra EE.UU.


Y como si todo esto fuera poco, Fidel Castro disfrutaría la más espectacular victoria de su vida, sin dar nada a cambio. Alborozado podría decir: “Le gané la guerra a los yanquis”.

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