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La imborrable crisis de los misiles de 1962

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El 22 de Octubre de 1962, comenzó como un día cualquiera. Me despedí de mi esposa e hija de siete meses de edad sobre las 6:30 AM y me dirigí hacia mi trabajo en la Base Naval de Guantánamo o GITMO, como se conoce internacionalmente. Apenas había comenzado mi trabajo en la oficina del departamento de construcción de calles, carreteras, muelles y espigones, cuando recibí una llamada urgente de mi hermano para que me presentara en su trabajo en el restaurante FLAW, aledaño al aeropuerto. Al arribar, noté que la pista del aeropuerto estaba saturado de aviones de carga, caza y otros modelos desconocidos. Otros bombarderos de seis motores sobrevolaran el área, en dirección al aeropuerto de Tres Piedras, al otro lado de la bahía. Sentado detrás de la caja contadora del restaurante, mi hermano no pudo sostener una conversación debido al intenso tráfico de personal militar y solo logró susurrarme: “Avísale a mi mamá que estamos en guerra y me llamas”. De regreso a mi trabajo y esperando por el Ferry de Tres Piedras, se encontraban cuatro o cinco rastras cargadas de ataúdes, lo que delataba la gravedad de la situación. Los teléfonos sonaban constantemente y rumores aterradores iban y venían. Mi mamá era trabajadora doméstica en GITMO y al preguntarle por teléfono si estaba al corriente de
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la situación, me informó que si, que las mujeres y niños estadounidenses tenían que estar a bordo de barcos surtos en puerto con una maleta por persona a las 12 del día. Le pregunté qué decisiones había para las mujeres no-estadounidenses y me dijo que ninguna, por lo que ella y muchos de sus conocidos, habían decidido permanecer en Guantánamo bajo la protección y seguridad del Gobierno de los Estados Unidos. Le dije que ella estaba errada, que reconsiderara su decisión, porque yo regresaría a Cuba. Me reafirmó lo dicho, le deseé suerte y le dije adiós. Poco después, comenté a varios compañeros de trabajo que iría a almorzar, pero en lugar de eso, dediqué ese tiempo para meditar, analizar y tomar la única decisión posible a tono con la situación imperante, y fue no seguir trabajando en un lugar que amenazaba con aniquilar mi país. Decidí no regresar al trabajo. Las puertas de la frontera por tierra y mar habían sido cerradas. Fui al taller de emergencias domésticas donde había trabajado antes y ahí pasé el tiempo hasta las 4:00 PM, cuando anunciaron la salida del primer ómnibus hacia la Frontera. Al llegar a Guantánamo todo estaba en calma, ajeno todo el mundo al peligro que se cernía sobre el país. Le expliqué a mi mujer la gravedad de la situación y mi decisión de renunciar a
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mi trabajo en la Base, lo cual la alarmó, ya que ese era nuestra única fuente de ingreso. Sobre las 9:00 PM, cuando sostuvimos una reunión familiar con su mamá, ya se conocía la gravedad de la situación a través del noticiero de la TV. Después de algunos para alante y para atrás, su mamá, el tronco de la familia, dijo que cualquier decisión que yo tomara, ella lo apoyaría. Regresamos a casa bajo una tensión generalizada y en silencio esperamos despiertos casi toda la noche, lo que parecía ser los minutos finales del mundo. La mañana siguiente pasamos un balance de nuestra situación económica. Había unos $150.00 en la casa y unas dos semanas de vacaciones por cobrar en la Base, que equivalía a menos de $100.00 Al pedirle a mi hermano que me cobrara el adeudo en GITMO, él se negó y me dijo que yo lo fuera a buscar. Mi papá no visitó más nuestra casa y varios empleados del taller que siempre necesitaban de mi ayuda administrativa, dejaron de hablarme, lo cual denota, el odio y la división que esta situación había generado. Elaboramos una estrategia para reducir nuestros gastos al mínimo, buscar trabajo en un mercado donde la Base Naval de Guantánamo era el mayor empleador de Oriente Sur e ir a bienestar social, donde después de oírnos, nos orientaron suspender el pago de $22.00 mensu


ales por concepto de alquiler de la vivienda. No encontré trabajo en Guantánamo. Me ofrecieron dos empleos por separado en La Habana, pero el salario no alcanzaba para vivir en La Habana y sostener a mi familia en Guantánamo. Mi esposa matriculó en un curso de la Empresa Telefónica y nueve meses después y se convirtió en la primera negra en trabajar de operadora en la Empresa Telefónica de Guantánamo y yo había examinado e ingresado en el curso de nivelación de la Ciencias Agropecuarias en la Universidad de La Habana. Mi mamá, al igual que otros muchos trabajadores que decidieron aquel día infausto quedarse en la Base Naval de Guantánamo, pudieron regresar a Cuba en 1979, 17 años después, al flexibilizarse las relaciones entre Los Estados Unidos y Cuba, cuando sus vínculos familiares y afectivos se habían disueltos. La trágica crisis de los cohetes o misiles, solo sirvió para colocar al mundo al borde del precipicio nuclear, producir los días más aterradores del mundo, despilfarrar billones de dólares inútilmente, causar la muerte a muchos en accidentes civiles y militares, agudizar las divisiones y odios entre los hombres, para que 52 años después, la situación geopolítica sea exactamente igual a entonces.

Autor: Alberto N Jones


Publicado en:http://www.havanatimes.org/sp/?p=100211

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