Recientemente, durante una breve estancia en Miami a propósito de un encuentro académico sobre temas jurídicos en el que participé, me sorprendió escuchar de un cubano emigrado –un hombre de edad bastante madura– su aspiración a que en una futura Cuba democrática se mantenga una ley de Servicio Militar Obligatorio. Su propuesta se basaba en el supuesto de que la vida militar impone disciplina y madurez en los jóvenes, virtudes que –a juicio del proponente– están prácticamente extinguidas en la Isla.
Con mucha frecuencia y con mínimas variantes, he escuchado esta misma frase en diferentes escenarios dicha por cubanos del más disímil color político o sin idea política alguna. El denominador común es la edad de quienes así opinan: generalmente adultos mayores de 55 o 60 años.
Diríase que la experiencia de la fallida República, donde hubo tantos presidentes procedentes de la vida militar, y las casi seis décadas de esta calamitosa revolución encabezada y dirigida ad infinitum por militares hay quienes no acaban de percibir el daño que ha infligido la arraigada tradición militarista en nuestra historia.
Todavía hay quienes piensan que ciertos jóvenes “descarriados” solo pueden “hacerse hombres” después de ser obligados a pasar el servicio militar, preferiblemente en alguna de las llamadas unidades de combate. “Los muchachos tienen que pasar trabajo, saber lo que es el hambre y la vida dura, para que tengan disciplina”, afirman muchos venerables septuagenarios. Sin embargo, si tal principio fuera cierto, los cubanos que hemos nacido y crecido bajo el castrismo estaríamos entre los pueblos más disciplinados del planeta.
Lo más curioso es que ese mismo principio ha resultado válido tanto para tirios como para troyanos. Baste recordar que los simpatizantes de Fulgencio Batista estaban convencidos de que la dirección del país debía estar en manos de un “hombre fuerte”, aunque ello supusiera la violación del orden constitucional. Una percepción que hizo posible el golpe de estado de marzo de 1952, abriendo una nueva puerta a la violencia militar.
Apenas unos años después, otro “hombre fuerte” batía los récords de popularidad entre los cubanos, al tomar el poder por las fuerzas de las armas, derrocar al “fuerte” anterior e imponer la dictadura mi
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litar más larga que haya conocido este hemisferio.
Ese mismo pensamiento militarista fue el que hizo posible la existencia de las tristemente célebres Unidades Militares de Apoyo a la Producción, creadas con el objetivo de enmendar y “hacer hombres”, a través del rigor y la disciplina de la vida militar, a homosexuales, religiosos, “blandengues”, pequeñoburgueses y otros elementos, cuyas tendencias y actitudes no parecían lo suficientemente dignas a los “machos” verde olivo de la élite del poder.
Y en nombre de ese belicoso espíritu nacional, invocado desde la Ley 75 (o Ley de la Defensa Nacional), han sido llamados a las filas miles y miles de jóvenes cubanos. Desde Cuba no solo se ha exportado la testosterona castrense en forma de guerrillas, sembradas en varios países de Latinoamérica y África, sino que también centenares de jóvenes reclutas cubanos que pasaban el Servicio Militar Obligatorio (SMO) fueron inmolados inútilmente en la guerra de Angola. Los que regresaron vivos llevan consigo hasta la actualidad el trauma de la guerra, aunque en la Isla nunca se ha reportado oficialmente ni un solo paciente con síndrome de estrés postraumático. Los jóvenes que se negaron a ir a la guerra, por su parte, sufrieron presidio militar por “traición”.
La quimérica superioridad moral de la formación militar en los hombres se relaciona directamente con la matriz machista de la cultura cubana y se refleja incluso en conocidas frases populares. Quién no ha escuchado aquello de “si no te gusta esto te alzas en la Sierra”; o “no te hagas el guapo que tú no has tirado tiros”. Porque ser un “tira-tiros” no solo es un signo irrefutable de valentía varonil, sino también la fuente de legitimación de la fuerza impuesta por sobre los argumentos.
Seguramente quienes propugnan las supuestas virtudes de la disciplina militar como solución a la crisis de valores de la sociedad cubana actual, olvidan que más de medio siglo de SMO, lejos de formar el carácter de nuestros jóvenes, ha sido fuente de humillaciones y privaciones, que solo han logrado potenciar el rencor y la frustración de encontrarse sometidos forzosamente a una actividad por la que no sienten la menor vocación. No se me ocurre una peor manera de “hacerse hombres”.
Esto, sin olvidar el mecanismo de corrupción que se ha potenciado a partir de la compra que hacen muchos padres de la baja militar de sus hijos en las oficinas de reclutamiento, muchas veces a partir de certificados médicos falseados que alegan incapacidad del adolescente para someterse al rigor de una unidad de combate. O el soborno a los oficiales encargados del alistamiento, que por una cantidad de divisas hace desaparecer el expediente militar del pre-recluta y éste no es llamado a filas.
Pero la atadura militar de los hombres en Cuba se prolonga más allá del cumplimiento del servicio activo, ya que tras el “licenciamiento” el soldado pasa a formar parte de la reserva militar del país y queda sujeto a movilizaciones cada vez que el Estado-Gobierno-Partido declara alguna imaginaria amenaza o se le antoja ofrecer alguna demostración de fuerza.
En las llamadas unidades de combate, término inexacto para nombrar el campamento y sus áreas de tiro, armamento y ejercicios, la mayor parte del tiempo los reclutas lo pasan en tareas de chapeo y limpieza, o en alguna actividad cuartelera, de reparación y mantenimiento o de cocina. Al término del servicio activo muchos de ellos solo habrán “practicado” tiro con armas una única vez, y algunos ni siquiera habrán hecho un disparo, de manera que distan mucho de estar entrenados para librar una guerra o defender el país en caso de agresión.
Esto, para no mencionar otros factores de la “formación” de los jóvenes reclutas en Cuba, como son las pésimas condiciones de vida en las unidades, la insalubridad, la alimentación deficiente, la escasez de agua para beber o para el aseo, los trabajos forzados, las vejaciones por parte de los oficiales, entre otras penurias que nada tienen que ver con un entrenamiento militar, con una verdadera preparación para la defensa del país o con la forja del carácter en la disciplina y en los altos valores éticos y morales a los que habría que aspirar.
El SMO no solo ha servido al poder como un mecanismo de sujeción y chantaje sobre los adolescentes cubanos –al condicionarles la continuidad de los estudios, los viajes al extranjero o la vida laboral– sino que constituye una de las rémoras más retrógradas de las que tendríamos que librarnos a la mayor brevedad. En una Cuba democrática el ejército no debería
sustituir las funciones del hogar y de las escuelas civiles en la formación de los valores de nuestros jóvenes. De hecho, la mayoría de los cubanos que hemos vivido por casi seis décadas en esta prisión con carceleros uniformados de verde olivo, y que hemos soportado un régimen de ordeno y mando, como si en vez de ciudadanos fuésemos obedientes soldados, queremos asistir al final del nocivo culto a las charreteras y de la filosofía de “pueblo uniformado”.
Una simple mirada a las figuras más emblemáticas de la historia cívica de la Isla pone en evidencia la preeminencia del pensamiento civilista-humanista sobre el militarista en la fragua de la nación. Los ejemplos abundan, pero citemos solo nombres tan emblemáticos como Félix Varela, José de la Luz y Caballero y José Martí, paladines de virtudes muy alejadas del acérrimo militarismo de aliento hispano que nos ha intoxicado el espíritu desde 1492 hasta hoy.
Punto aparte sería la existencia futura de academias militares, donde se formen los oficiales en diferentes especialidades, con verdadera vocación militar, que liderarían un ejército profesional bien pagado, debidamente preparado y numéricamente mucho menor que las cuantiosas huestes de bisoños hambrientos y resentidos que hoy se agrupan en las fuerzas armadas y que en un imaginario caso de agresión armada al país solo servirían de carne de cañón.
No es razonable que un pequeño país pobre y malcomido que no está en guerra ni bajo amenaza de conflicto armado tenga más hombres holgazaneando y perdiendo el tiempo en un ejército innecesario que produciendo las riquezas y alimentos que se necesitan con tanta urgencia.
Sin embargo, no deja de ser cierto que en la Cuba futura necesitaremos un formidable ejército. Solo que no sería un ejército de militares, sino de pedagogos, de profesionales de todas las esferas, de obreros, de campesinos, de comerciantes, de hombres de negocios, de ciudadanos libres. Todos ellos tendrán sobre sus hombros una responsabilidad mayor que la de mil regimientos guerreros: la reconstrucción material y moral de una nación, arruinada precisamente por la casta militar sembrada en el Poder en el último medio siglo, y que ha sido más perniciosa y destructiva que la suma de todas las guerras libradas en la historia de esta tierra.
Publicado en:https://www.cubanet.org/destacados/la-mejor-manera-de-hacerse-hombre/
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