Curiosa manera de entender la democracia en la que los resultados sólo valen cuando se gana, pero si se pierde la lógica que prima es la de volver a empezar
Su último argumento es que la prohibición de la reelección vulnera sus derechos humanos, una idea ya esgrimida por Oscar Arias, Daniel Ortega o el hondureño Juan Hernández. Con esos antecedentes sometió su caso a la Corte Constitucional, integrada mayoritariamente por magistrados afines. Y esta semana señaló que su reelección es irreversible, pese a suscitar un rechazo de 68% según una reciente encuesta de Ipsos, realizada en las 10 capitales departamentales y 14 poblaciones rurales.
El viernes pasado fue todavía más allá en su ataque a la democracia: "No sé si... vamos a acabar con la democracia occidental de mayorías y minorías. Vengo del movimiento indígena originario y he visto cómo se aprobaba en reuniones, concentraciones, del ayllu, de la comunidad, que no haya votación, porque en votación ya hay mayorías y minorías". En el juego de mayorías y minorías "siempre quedan resentidos, aunque la mayoría tenga razón". Su sueño sería "llegar a la democracia comunal (en la que) se aprueba por consenso o unanimidad".
Curiosa manera de entender la democracia en la que los resultados sólo valen cuando se gana, pero si se pierde o se carece de las mayorías cualificadas, la lógica que prima es la de volver a empezar. En sociedades complejas como las actuales, y Bolivia no es ninguna excepción, resulta imposible alcanzar el consenso o la unanimidad en cualquier tema. La democracia no genera resentimiento social. El nacional populismo totalitario necesita dividir y polarizar para impulsar sus políticas hegemónicas y de ese modo se avasallan los derechos de las minorías.
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Nota de la Redacción: este análisis ha sido publicado previamente en El Heraldo de México. Lo reproducimos con la autorización del autor.
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