«Llegamos a La Habana, Cuba, el día del cumpleaños número 30 de mi padre... Parecía que éramos gente importante, de esas a las que se cuida con metralleta». Así arranca el relato de los doce años que Martín Guevara vivió en Cuba, A la sombra de un mito.
Martín Guevara supo a los 10 años que era sobrino de Ernesto Che Guevara, el revolucionario que eligió morir de pie antes que vivir de rodillas y de quien le dijeron, al aterrizar en La Habana en 1973, que «había luchado para que todos fuéramos iguales».
Aquel niño recién llegado de Argentina, antes de ver la imagen del Che multiplicada en calles, billetes y efigies «como un fantasma», imaginó a su tío como a uno de los personajes de Emilio Salgari que tanto admiraba: «Sentí un orgullo muy fuerte porque fue como descubrir ‘un Sandokán o un Tarzán en la familia y me apené porque me enteré que estaba muerto».
Poco a poco el mito empezó a ser pesado y aparecieron las dudas: «Era un contrasentido que nos trataran como a ciudadanos VIP por ser familia de quien había luchado por la igualdad y la justicia mientras los ciudadanos vivían con carencias y limitaciones».
El sobrino leonés del Che acaba de publicar A la sombra de un mito, una memoir, «intimista y sin afanes amarillistas ni cotilleos», sobre su vida en Cuba con el mito a cuestas: «En la escuela todos los días por la mañana nos decían: «¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!».
A medida que se hacía mayor, Martín Guevara jugó a ver si era «lo suficientemente valiente, temerario, inteligente, intelectual... todas las cosas que él había descollado y en las cuales habían basado el mito». Y como «era imposible competir con el mito» se convirtió «en un antihéroe». Acabó expulsado de Cuba y regresó a su Argentina natal. Reside en España desde 1997 y eligió León para asentar su familia en 2006, cuando empezó a trabajar para una empresa logística. En San Miguel del Camino reside con la hispano-argentina Patricia Vergara, y su hijo Martín.
En el libro, subraya, «hablo de mí, no del Che, de él en todo caso con muchísimo respeto, pero fundamentalmente de mí, de Fidel Castro y del exceso que significó el aburguesamiento de la izquierda» de modo que «que todo lo que el hombre construyó en revoluciones y conquistas sociales lo fagocitó. Lo mismo que estamos viviendo en Europa con la pérdida de derechos». El relato de la vida cotidiana saca a la luz sombras de la «doble moral» de la revolución, una «sociedad machista y autoritaria» y la relación con su padre preso en Argentina.
Leyendo a Lenin, Trotski... cuando empezó a reflexionar sobre los motivos que llevaron a su tío a ser un revolucionario descubrió «la perversión del poder y su capacidad para transformar a las personas»: «Todos comenzaron con buenas intenciones y el poder les llevó a convertirse en hacedores de lo que habían combatido: a fusilar, a prohibir». «El Che es uno de los pocos políticos coherentes. Cuando vio que sólo iba a tener que tomar esas decisiones continuó por su camino de revolucionario, en las guerrillas, no de ministro. Su destino trágico (fue ejecutado en Bolivia en 1967) tiene que ver con un tema de vergüenza personal, de exponer el cuerpo, es una de las pocas personas coherentes poner su destino en lo que él había defendido: murió con la mitad de kilogramos con un hambre proverbial y con cinco guerrilleros».
Ernesto Che Guevara llevaba el nombre de pila de su abuelo y la sangre de «aventurero y asceta» de los Guevara, de ascendencia vasca. Una familia de «oligarcas venidos a menos que se hicieron de izquerdas a la francesa» y en cuyas relaciones, especialmente con su madre, la abuela Celia que fue la primera feminista de Argentina, el Che desarrolló su rebeldía». Las ansias de justicia llegarían «con su viaje por América en motocicleta a los 17 años».
El libro le ha reconciliado: «Fue una terapia. Y al regresar lo he retomado con más cariño, antes tenía rechazo. Murió muy solo. Toda esa gente que chupa del tarro y vive en Cuba de su muerte no tienen nada que ver con él».
Martín Guevara, que se define «más de los Rolling que del Che», se siente muy lejos del «guerrillero y el violento», pero admira en su tío «la coherencia y la lealtad, que tanto nos faltan hoy». Subraya que «Latinoamérica le debe toda la dignidad que tiene hoy».
Recuerda el sobrino del mito a la abuela Celia cuando le decía: «Si se levanta tu tío de la tumba se te vuelve a morir». «Yo digo que si levanta el Che se cae muerto, pero antes les da una buena patada en el trasero por entregar el país al capital». Y se queda con la frase que legó a sus hijos en su carta final: «La cualidad más linda que tiene un revolucionario es ser capaz de denunciar cualquier injusticia en cualquier parte del mundo».