Junto a los “almendrones”, esos autos viejos anteriores a los años 60 que aún sirven de alquiler, abundan en las calles de La Habana los llamados bicitaxis, triciclos de pedal para dos pasajeros, que cubren pequeñas distancias por un precio que oscila entre 1 y 5 dólares. Tengamos en cuenta que 1 dólar es lo que pudiera ganar un profesional en dos largas jornadas de trabajo al Estado.
El negocio se encuentra entre las labores que el gobierno permite realizar por cuenta propia. La tasa de impuestos de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (que para este tipo de oficio no rebasa los 20 dólares mensuales) no es tan elevada en comparación con la de los almendrones (por encima de los 80 dólares y con recargos anuales que pueden alcanzar los 1000, incluso más). También tiene la ventaja de que, al no necesitar la tracción por motor, quienes los operan no deben invertir en combustible ni en la compra de piezas demasiado costosas. No obstante, tras las aparentes felicidad y rentabilidad de este negocio, hay entresijos que hacen ver que el oficio transcurre en un escenario verdaderamente agobiante.
Tengamos en cuenta que la mayoría de los equipos que operan en la ciudad no son propiedad de sus conductores, sino que pertenecen a personas que administran hasta más de un centenar de triciclos, la mayoría de fabricación artesanal y valorados entre los 300 y 700 dólares.
Sobre los pormenores de este singular oficio y de cómo se decidió a ejercerlo, nos comenta Eriberto Sánchez, que lleva más de un año pedaleando en las calles de La Habana. Llegado de El Paradero Lugareño, Minas, en Camagüey, de donde salió con apenas 22 años, obligado por la miseria y la falta de oportunidades, para sobrevivir ha tenido que aceptar un empleo que apenas le rinde para pagar el alquiler, y en ocasiones enviar algún dinero a sus padres.
-Hay días en que hago un extra, sobre todo cuando alquilo a turistas. Pero a veces la policía me quita una parte de lo que hago. Estoy ilegal en La Habana y ellos lo saben, nos chantajean. Hay algunos que no, pero la mayoría vive de nosotros […]. Un primo mío me consiguió este trabajo […]. El bicitaxi no es mío. No me alcanza para comprar uno, aunque estoy reuniendo. Este es de un tipo que me lo alquila desde el mediodía hasta las 7, después lo coge otro. Termino y lo llevo al parqueo y ese mismo día le pago entre doscientos y trescientos pesos (aproximadamente entre 8 y 12 dólares), según como esté la cosa. Los domingos no se hace mucho, pero aun así hago unas carreras […]. Vivo alquilado en Casablanca […] pago 2 CUC (aproximadamente 2 dólares) diarios por el cuarto y soy yo y mi mujer […]. No alcanza para mucho lo que gano con esto pero estoy mejor que en Minas. A veces hago amistad con los turistas y ellos, antes de irse, me regalan ropa y cosas que no se van a llevar. Eso es lo mejor de este negocio. Lo demás se lo lleva el dueño del bicitaxi.
Manuel Salazar describe una situación muy similar a la de Eriberto. Llegó de Guantánamo con la esposa y dos hijos. Vive en un cuartucho que construyó él mismo en el Cotorro, con el escaso dinero (unos 900 dólares) que obtuvo de la venta de su casa en Imías. Aún no ha podido legalizarse y el del bicitaxi es el único empleo digno que ha podido mantener, con su condición de ciudadano de segunda que le imponen las absurdas y segregacionistas leyes migratorias internas en Cuba que impiden a los cubanos de otras provincias visitar o vivir en La Habana sin un permiso oficial.
Una buena parte de lo que gana en el día debe dárselo al dueño del vehículo e igualmente cede ante el chantaje de las autoridades para evitar la deportación a su provincia. Para palear su cruda realidad, mientras no consigue pasajeros, recoge latas de refresco vacías para venderlas como reciclaje.
Roberto Carmenate, otro conductor de bicitaxis, es un anciano al que, como a la casi totalidad de los jubilados, no le alcanza la pensión. Vive en La Habana legalmente pero, para sobrevivir, ha tenido que apelar a ese oficio “mientras la salud me acompañe”, dice.
-No creas. Lo que gano en esto no me alcanza para mucho, pero al menos puedo pagar la luz (electricidad) y comer un poco mejor […]. Es verdad que no gastamos en gasolina pero para pedalear hay que comer bien y la cosa está muy dura. […] Yo creo que tendré que morirme dando pedales… y yo que creía en que tendría un futuro en este país y mira cómo estamos…
En los últimos años, en La Habana como en las principales ciudades del país, ha proliferado este transporte alternativo ante el desastre que constituye el servicio público y la falta de soluciones inmediatas por parte del Estado, que no desea soltar las riendas de un sector que él mismo, con sus despropósitos, ha conducido a un callejón sin salida.
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