Importantes sitios en internet que ofrecen información a quienes pretenden hacer turismo en la isla, como eHow en español, advierten cosas como estas, que evocan aquellos inicios de la colonización cuando los españoles cambiaban espejitos y cascabeles por pepitas de oro: “Los cubanos (…) aceptan regalos o bienes en vez de propina, especialmente en los hoteles. Por ejemplo, coloca una selección de champús y otros productos de cuidado corporal en una canasta de regalo y déjala en la habitación el último día de tu estadía para el personal de limpieza”. En otras páginas para viajeros, como VisitarCuba.Org, se puede apreciar la delgada línea que separan propina y soborno en nuestro “extraordinario” contexto: “Las propinas pueden resolver rápidamente muchos problemas en Cuba.
Por ejemplo, si se quiere salir más tarde de la hora exigida en el hotel, con una pequeña propina de unos 3 CUC [3 dólares] puede que hagan una excepción”. El ejemplo del soborno como práctica común que utilizan en VisitarCuba.Org, es el más moderado entre los muchos que pudiera reunir el visitante en una jornada. Desde que pisa suelo cubano, y logra traspasar la cadena de pillaje que caracteriza a nuestro control aduanal, hasta que lo
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gra acomodarse en su habitación, en apenas 24 horas, el turista comenzará a “disfrutar” del asedio constante y muy pronto aprenderá que tras la bondad y la dadivosidad del cubano casi siempre se esconden verdaderas estrategias de supervivencia. En las calles de Cuba, un favor o un gesto de amistad equivalen a un servicio. Todo es susceptible de ser cobrado, son las premisas con que “trabajan” algunos “buscadores de propinas”, un oficio muy parecido al llamado “jineterismo” pero que no incluye sexo. Es una especie de pícaro cubano que se ofrece para enseñar a los extranjeros la “Cuba profunda” y no aquel paraíso idílico que divulgan las revistas de turismo.
Ariel Fonseca, uno de estos “guías no oficiales”, nos comenta sobre su trabajo: “Hay turistas que no les interesa Varadero ni los cayos, ni pasear con aire acondicionado, lo que quieren es montar en un almendrón, saber lo que es un solar [una cuartería], una fiesta de barrio, lo que son las colas en el agro [mercado] o lo que pasa en las guaguas [transporte público], comer lo que comen los cubanos, ver una pelea de perros o jugar dominó, vaya, todo lo que tú sabes que es Cuba de verdad, y entonces yo los acompaño a esos lugares, los llevo (…). Me acerco, les saco conversación y me hago amigo (…) y casi siempre se me pega algo, ropa, zapatos, perfumes, relojes, teléfonos.
Vivo de la propina, de lo que me quieran dejar, esa es mi búsqueda”. Según el propio Ariel Fonseca, él prepara los recorridos y con eso “le tira un salve” [ayuda] a muchas personas que viven de la bondad de los extranjeros: “por ejemplo, los llevo a comer a casa de un socio, de manera informal, como si fuera de casualidad, pero ya todo está cuadrado. Es solo para que sientan que todo es familiar. Se les pide que se queden a comer, se les brinda ron, tabaco, si veo que est
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án interesados en jevitas [mujeres] se las trabajo pero bien elegante, para que crean que son jevitas normales, de la casa, y al final se sienten bien, genial, en ambiente, y cuando se van están agradecidos, somos sus amigos, y nos dejan dinero, cosas, incluso después nos escriben, nos llaman o nos mandan dinero. Todo queda como una amistad. (…) Eso no es ser jinetero. De eso vive mucha gente aquí en La Habana, de hacer amistad con los turistas.
Eso es normal. Así somos los cubanos”. La política de obligatoriedad de la propina (sobre todo para quien la recibe) en algunas instalaciones hoteleras y gastronómicas para el turismo ha forzado a los empleados de este sector a redoblar los esfuerzos para obtener ganancias por esa vía.
En muchas ocasiones esto no se ha traducido en una mejora de los servicios sino en un incremento del asedio y la búsqueda de oportunidades para convertirse en verdaderos objetos de soborno, lo cual supone no un deterioro de la ética laboral, según los viejos “principios del socialismo”, sino en un valor agregado y en una fuente de ingresos para el país. Pareja de ancianos bailando frente al Hotel Inglaterra (foto del autor) Pareja de ancianos bailando frente al Hotel Inglaterra (foto del autor) Según un empleado de un hotel de 5 estrellas ―que preferimos dejar en el anonimato para no perjudicarlo―, la gerencia de la instalación donde labora le impone metas para la recaudación de propinas.
Práctica que resulta habitual en todas las entidades estatales: “Tenemos una emulación sindical. Todos estamos obligados a entregar [a la administración y al Sindicato] un porciento de lo que ganamos como propina. Según el puesto de trabajo y la relación directa o indirecta con los huéspedes, se nos establecen tarifas (…). Hay cálculos que ellos mismos hacen de lo que
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suponen que ingresamos diario, de ahí sacan los porcientos y estás obligado a entregar. (…) Se hacen análisis en reuniones con el Sindicato y el Partido [Comunista] y se hacen compromisos personales. Todos los trabajadores hacen su compromiso (…). Si un turista me da 10 dólares, yo debo entregar uno al Estado. (…) Claro que hay modos de engañar, pero ellos saben más o menos lo que uno gana. (…) Sí, es como una mafia, como si uno tuviera un chulo controlándote todo el tiempo. (…) Esa obligación y los compromisos, promueven el soborno.
Por ejemplo, si un turista quiere subir a una muchachita [a la habitación], que a veces son niñitas, uno lo deja pero le hace saber que eso no está bien, que hay que llamar a la policía para que el tipo se asuste y te suelte un buen dinero. Y tiene que ser bastante porque eso se reparte entre mucha gente. Pero el que se hospeda aquí es porque tiene dinero y entonces paga sin mucho miramiento. Con eso se paga la parte al Estado y lo demás queda limpio para uno”. En las empresas cubanas, las cifras de ingresos por concepto de propina no discriminan cuánta cantidad corresponde al soborno ni qué otro tanto a la extorsión. Incluso se planifican estas cantidades a sabiendas de sus diversos orígenes. Si restaurantes estatales ―como El Palenque, perteneciente al Grupo Empresarial Palco, atendido directamente por el gobierno―, han establecido la propina como obligatoriedad del cliente, como una especie de multa por los servicios, se hace difícil dudar que la iniciativa se extienda a otros sectores y oficios.
Quizás no tardaremos en ver a nuestras jineteras y jineteros, declarando ingresos y abonando impuestos como cuentapropistas en las oficinas de la ONAT (Oficina Nacional de Administración Tributaria), y todo por la prosperidad futura de nuestro socialismo.
Publicado en:http://www.cubanet.org/destacados/buscadores-de-propinas-jineterismo-sin-sexo/>
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