Hace pocas semanas, como parte del Paquete Semanal, recibimos en casa un documental datado en 2012 y con hora y media de duración: Hungry for Change (¿Hambre de cambio?), dirigido por James Colquhoun, Carlo Ledesma y Laurentine Ten Bosch.
En este material, diferentes especialistas en temas de nutrición tratan de ilustrarnos sobre lo mal que se alimenta la mayoría de los norteamericanos, y lo que deberían cambiar en su dieta para ganar en salud desde todos los puntos de vista.
En la primera parte del documental se hace énfasis en la comida chatarra y se exhiben personas comiendo muy surtidas pizzas con grandes agregos como anchoas y champiñones, tomándose enormes malteadas y mordiendo todo tipo de barras de chocolate. Se habla de los químicos que crea la industria alimentaria para hacer al consumidor adicto a toda esa basura; se hace especial én
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fasis en los refrescos (en particular los dietéticos). Esta primera parte me recordó un documental brasileño que participó en un festival de cine en los años 90. En él hablaban de dulces; cada vez que salía una mesa surtida, en la sala se oía un murmullo general, que según avanzó el material se fue convirtiendo en un rugido, pues casi todos los espectadores gritaban al unísono frases del estilo de “¡con el hambre que tengo!”.
Volviendo a Hungry for Change, en su segunda parte se da a conocer la forma correcta de alimentarse. Se habla de jugos de diferentes frutas, se muestran infinidad de vegetales y se expone lo saludable que es para el individuo comer cilantro y perejil. Se le explica al espectador lo conveniente de alejarse de todo eso que mostraron en la primera mitad y de tomar como estilo de vida el consumo de lo que se exhibió en la s
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egunda parte del material. Yo, que nací en época de la Revolución, lo estaba viendo desde el punto de vista de mi realidad, y no sé cuál de los dos aspectos del documental me dejó más azorada.
Los cubanos no podemos renunciar a las barras de chocolate, pizzas con anchoas y champiñones ni malteadas, porque, ¡casi ni las conocemos! Tampoco hemos creado vicio de refrescos gaseados como los de cola o los dietéticos, porque en general no están al alcance de nuestros bolsillos y los últimos casi nunca se encuentran.
En la segunda parte se muestra un enorme mercado con todo tipo de verduras y frutas. Yo acababa de recorrer varios puntos de venta en la barriada habanera de El Vedado tratando de conseguir un mazo de acelga y me aclararon que hace más de un mes que ese producto no está en existencia. También se encuentran pocos y malos los pimientos y
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tomates, que son de los pocos vegetales que consumimos los cubanos. Habría que hacer una versión especial para Cuba de este material, donde se le explique al televidente que debe dejar de comer tanto pan solo, con mayonesa casera o con salsa de tomate. Que además del pollo, los perritos calientes y los picadillos de varios tipos (con mayor o menor concentración de grasa), existen otros alimentos. Que los cuadritos de pollo —lo único que podemos usar para sazonar— son un veneno.
También deben hacernos conciencia de que dejemos de comprar maquillaje para que podamos gastar el salario en verduras: según el documental, éstas le dan brillo al pelo, a la piel y hasta al blanco de los ojos. Pues la triste realidad es una: de todo lo que sale en el documental, nuestra única coincidencia con los americanos es que nos gustaría tener los ojos blancos…
Publicado en:http://www.cubanet.org/actualidad-destacados/como-alimentarse-bien-en-cuba/>
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