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No acostumbro a comentar lo que se expone en el programa de propaganda oficialista “Mesa redonda” de la televisión cubana. Junto al bajísimo rating de audiencia el espacio adolece de objetividad y solidez intelectual en sus argumentos, así como de valor político para asumir la realidad socio-económica de nuestro país.
Sin embargo el pasado martes 19 de agosto anunciaron el tema “Valores y familia sobre la mesa” y yo, haciendo gala de toda la ingenuidad posible me dispuse a “disfrutar” la oferta imaginando que un asunto de tanta complejidad y actualidad provocaría valoraciones serias e interesantes acerca de los enormes problemas que enfrentamos en la actualidad y para el futuro.
Sin embargo, los especialistas invitados ni siquiera se molestaron en describir exhaustivamente el sombrío panorama que enfrentamos en cuanto a la profunda subversión de valores que tanto afecta nuestra convivencia y la formación de las nuevas generaciones de cubanos.
Los panelistas no reconocieron la profunda crisis de valores, las desigualdades, la polarización social, la marginalidad o los altos niveles de corrupción que nos agobia. No fueron capaces de hacer referencia a las enormes contradicciones que existen entre el discurso oficial tantas veces repetidos y el hegemonismo excluyente que nos domina junto a la cruda realidad socioeconómica que convierten en inviable letra muerta
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los ideales de igualdad, justicia, equidad social, prosperidad compartida y respeto a la diversidad enarboladas por la revolución desde su nacimiento.
En el programa se volvió a responsabilizar a la familia como garante fundamental de la formación adecuada de sus miembros y se habló de una supuesta corresponsabilidad de la escuela en esa incorporación de adecuados referentes de convivencia y comportamiento.
Entre lugares comunes y vacías argumentaciones el programa volvió a dejar claro que las autoridades y sus voceros carecen de honestidad para reconocer que antes del triunfo de la llamada revolución prevalecía en la sociedad cubana un ambiente de decencia y educación en el cual incluso las personas iletradas eran ejemplo de buenas maneras y adecuada conducta social, mientras que las personas consideradas marginales se comportaban correctamente para relacionarse socialmente.
Sería muy beneficioso para el análisis y enfrentamiento de los enormes problemas que en esta materia confrontamos, si las autoridades asumieran su responsabilidad histórica y moral por haber suplantado la autoridad de la familia en la formación de las jóvenes generaciones por un simple interés de control y manipulación política.
Fue la revolución las que fracturó la institución familiar al convertir la fidelidad político- ideológica en una prioridad del más natural instinto de conservación. Durante más de medio siglo los padres y adultos han impulsado a niños y jóvenes a comulgar con los principios y conceptos oficialistas —impulsando comportamiento simuladores y colocando en un segundo plano los criterios y tradiciones familiares—para proteger a sus vástagos de las censuras y represalias. La revolución dividió y enfrentó a las familias cubanas por diferencias ideológicas, orientación sexual o religiosa, minando no solo la armonía sino la autoridad y la capacidad familiar de pesar de manera determinante en la adecuada formación de niños y jóvenes.
La negación del derecho a escoger el tipo de educación de los hijos y la imposición por más de dos décadas de internados educacionales de muy compleja convivencia marcaron a fuego y estremecieron los patrones de proyección social sin que la sociedad o las familias tuvieran respuestas adecuadas para tales traumas. En aquellos internados obligatorios, desmontados hace pocos años por ser económicamente insostenibles, por muchos años única manera de alcanzar el bachillerato en edad normal, las autoridades encontraban pavimentado el camino al adoctrinamiento político y los padres tenían que ver como sus hijos incorporaban las peores costumbres y comportamientos para poder sobrevivir en un medio muy hostil.
Recuerdo hace ya varios años durante un debate en la Asamblea Nacional Jorge Enrique Mendoza, c
apitán del Ejército Rebelde, por muchos años director del periódico oficial Granma y presidente del Instituto de Historia de Cuba, expuso ampliamente sus criterios acerca del papel principal que debía jugar la familia en la educación y formación de los niños. Ni corto ni perezoso el presidente Fidel Castro lo desautorizó con una extensa disertación que imponía su visión del Estado como regente único de la formación, pensamiento y el comportamiento de los ciudadanos.
Los panelistas reconocieron como positivo los avances registrados en el respeto a la diversidad sexual, sin hacer referencia a las varias décadas de muy lamentable ejecutoria del gobierno cubano en este campo o a la intolerancia que todavía persiste respecto a la natural diversidad y pluralismo del pueblo cubano.
Resulta lamentable ver como después de más de medio siglo de total monopolio de los espacios sociales, educativos y culturales las autoridades cubanas se vean obligadas a impulsar campañas propagandísticas en las calles y en los medios para promover el rescate de los buenos modales, la educación y la urbanidad. Sin embargo más triste y preocupante resulta la incapacidad de los gobernantes cubanos para asumir las enormes responsabilidades que le otorgan tantos años de poder absoluto e incontestable. Para colmo culpan a las familias, por tanto tiempo atadas de pies y manos, y privadas de real autoridad
Publicado en:https://www.cubanet.org/opiniones/para-ellos-la-culpa-es-de-la-familia-cubana/
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