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De invisibles a 'millonarias'


Basta recorrer la Calzada de 10 de Octubre para tener una muestra. Por lo general, gordas, negras, pobres y viejas pregonan a media voz lo que venden: mantequilla o queso crema caseros, jabas de naylon, galletas de sal, fósforos, máquinas de afeitar, tirantes de ajustadores, medias, blumers o lo que les caiga. Huyen si alguien se solidariza y les avisa que la policía se acerca. Y un policía puede ser cualquiera. Un muchacho que lleva una barra de pan bajo el brazo, el uniformado o una mujer que dice ser periodista y que quiere entrevistarlas. Prefieren seguir siendo invisibles porque así les va mejor. "Niña es menos la presión si siguen haciendo como que no nos ven", dice una, y se refiere al Gobierno, por supuesto. Pero la invisibilidad solo es en apariencias. La gente les compra y el Gobierno de vez en cuando se acuerda de ellas. Sobre todo porque les parece "feo", más que ilegal —aunque en principio lo es —, que estas mujeres intenten una subsistencia económica al margen de la economía estatal. Ellas están allí, aunque no lo sepan o no tengan conciencia, para poner el dedo en la llaga, o quizás para "llenar el abismo que existe entre la necesidad, los precios y la política del Gobierno", reconocen algunos observadores de la sociedad civil. "Al final aquí mueren todos. Y la verdad es que no me voy a hacer millonaria con esto", cuenta Lucía, que toda la vida se ha dedicado a vender café en los bajos de su edificio. "Por las mañanas me siento aquí y le vendo lo mismo al teniente coronel del tercer piso que a Iris cuando regresa de la escuela. Y claro, si me queda un buchito porque lo he vendido todo prefiero guardárselo a mis clientes fijos que dárselos al Jefe de Sector." El café de la bodega sabe más rico cuando lo hace ella. Eso lo demuestra que algunos prefieren bajar las escaleras y desayunar mientras se enteran de cómo amaneció el barrio. Sin embargo, a Lucía tampoco la contempla en sus números la Oficina Nacional de Estadísticas ni la Oficina Municipal de Contribución Tributaria. Por su parte, Aylem, que ha mantenido a sus hijas adolescentes trabajando de manicure en

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el patio de su casa, interviene: "Yo llevo años sin licencia y no pienso pagarla. Por mi barrio todo el mundo está igual. Un día vino el Jefe de Sector a preguntarme y le dije: 'Mira, yo saco la licencia el día en que haya un lugar donde yo pueda comprar las cosas más baratas.' Yo compro la pintura de uñas a precio de tienda en la tienda, cuando no se la compro a la gente que la trae de afuera. Así la cuenta nunca me va a dar si el Gobierno no hace lo que tiene que hacer." Un ejército de vendedoras de mani, chicharritas, galletas dulces y saladas, menta plus y tortas de cumpleaños, permanece sin la voluntad de declarar sus ingresos, que nunca superan los 50 dólares mensuales. La remuneración que reciben es inestable, y dependen de la bolsa negra como fuente de reabastecimiento. Quilo a quilo La historia se complejiza cuando se trata de tener un establecimiento para una peluquería o una cafetería. "La gente te empieza a ver y eso es peligroso porque siempre hay alguien que va y dice donde no debe, que tu empezaste un negocio ilegal. Puedes terminar con una multa y con menos de lo que empezaste. Aunque nosotras aprovechamos y alquilamos este local", dice Aylem, y describe los servicios que brindan allí. "Peluquería (lavado, corte y teñido de cabello), manicures que ponen acrílicas y los demás arreglos de siempre". En el 2010 la ONE publicaba en su página oficial que las mujeres son un poco más del 42 porciento de la fuerza de trabajo del sector estatal, y dentro de este, el 80 porciento de los puestos administrativos. Algunas agencias informativas, entre ellas IPS, aseguran que en 2011, solamente "el 38 porciento de la solicitudes como cuentapropistas habían sido presentadas por mujeres". La profesora e investigadora Luisa Iñiguez se centra para dar estos datos solo en la población habanera, detalle que excluye cualquier estadística relativa a las mujeres de provincias. "El incentivo hacia el trabajo por cuenta propia en Cuba no contempla las desventajas económicas que lastra la población femenina", dice una vecina de Centro Habana que se vio obligada a legalizar su negocio de al

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quiler de habitación por horas porque "el CDR se puso para ella". El negocio no le da para mucho, aunque en apariencia tenga una entrada de dinero constante. Debe pagar impuestos que a veces superan las ganancias. "El Estado propone 178 oficios y ninguno tiene que ver conmigo", dice una graduada de Química. "A mí me gustaría tener una perfumería y eso no aparece contemplado en el listado que publicaron en Granma. Quizás me decida a forrar botones", añade con un dejo de ironía. Los funcionarios del Poder Popular de la Habana Vieja limitan las horas de inscripción al horario de la mañana. Por la tarde salen a verificar cada una de las propuestas que presentan quienes aspiran a un espacio de cuentapropista. Y siempre recomiendan que los primeros pasos tienen que estar relacionados con el arrendamiento del espacio y las condiciones higiénicas. "Si esto no está resuelto, mejor ni vengan", dice uno de los funcionarios de la Oficina de Planificación Física de la Habana Vieja, quien se negó a compartir información adicional. Camino a ser millonaria "¿Qué prefieres, grabarme y que te diga lo que le digo a todo el mundo o apagar la grabadora y escuchar la verdad?", pregunta la propietaria de un negocio particular de la Habana Vieja. "Aquí todo es legal. Yo pago impuestos. Tengo la licencias que debo tener. Sin embargo, como se supone que yo sola produzca, administre y comercialice todo lo que ves a tu alrededor, alguien puede cuestionarse mi poder de gestión." "Al principio éramos tres amigas: una arquitecta, una comunicadora social y yo, que soy diseñadora. Así que ninguna de las tres estaba dispuesta a plantar un negocio de meriendas. Las tres habíamos recorrido algo de mundo y apenas nos enteramos de que en Cuba ya se podía poner un negocio, decidimos unirnos en nuestro gusto por la decoración. Cuando llegamos aquí nos dimos cuenta que la cosa no era como se veía desde afuera." Pensaron que Cuba había cambiado, que podrían replicar los pequeños negocios que habían visto en Europa, donde la gente tomaba un café mientras se decidía por uno de los tantos objetos de diseño que ofertaba el
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establecimiento. "Una de nosotras se cansó de ser invisible y se fue del país", sigue contando. "Como no existen los mecanismos para establecer una asociación económica legal, la única que aparece como propietaria soy yo. Mi palabra es el único nexo que existe entre los dineros que invertimos para iniciar este negocio." Lo que cuenta esta mujer que se niega a identificarse no es una historia entre miles. Para llevar su bazar, debe tener al día la licencia de productora y comercializadora de productos artesanales, la de modista-sastre, la de elaboradora y vendedora de alimentos en punto fijo, y la de arrendamiento del lugar. Sin embargo, algo diferente opina Myrielis Acosta, una historiadora del arte a la que tras trabajar como galerista en el Centro Wifredo Lam la maternidad le hizo definirse por una economía más sólida e independiente. "El proceso es sencillo. Vas a la oficina de trabajo en el Poder Popular y pides una planilla de inscripción por la que ellos te comienzan un proceso de verificación. Lo otro es tener los permisos de Salud Pública, y claro está, el dinero. En mi caso aportamos muchos amigos aunque sea yo la dueña". Un ejemplo distinto en lo que respecta al negocio privado de mujeres es el de las carteras Zulu. Una pequeña empresa familiar que funciona a contracorriente desde 1994. Su propietaria cuenta cómo en los años del "período especial" tuvo que pasar de profesora de matemática de un preuniversitario a diseñar y administrar su propio negocio. Una empleada zuya, Elizabeth, explica: "Yo estoy aquí para un día tener mi negocio propio". Es graduada de informática y no le interesa ser secretaria ni policía, de modo que prefiere aprender a coser el cuero. Trabajar en la empresa de otra mujer puede ser una experiencia enriquecedora. Exceptuando los conflictos que siempre han tenido con proveedores o inspectores que "creen que somos millonarias", todas las entrevistadas para este reportaje opinan que el proceso de legalización de la pequeña empresa para las mujeres es el mismo que para los hombres. No hay conflicto de género. Pero las mujeres siguen siendo minoría.



Publicado en:http://www.diariodecuba.com/cuba/1424337265_12968.html>

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