Cuando veo que la desgracia en forma de ley cae sobre un cuentapropista, me pregunto qué habría sido de Rockefeller o Carnegie si hubieran nacido en esta isla después de 1959. Porque sin obviar la falta de escrúpulos con que manejaron sus sueños millonarios, ante los cuales los individuos eran piezas de ajedrez barridas de un manotazo, hay que reconocer que desarrollaron el mundo con empresas que empezaron casi desde cero. Leyendo un post del pasado 21 de enero en Diario de Cuba, “Auge y caída de la Fontanella”, me entero de una repostería en Nuevo Vedado cuyos cakes eran solicitados en todo el país y hasta por embajadores, que naufragó debido al interés particular de un vecino, alto oficial del MININT. Los argumentos oficiales enunciados fueron “violaciones en la licitud de la obtención de materias primas para la confección de los dulces y el pago de impuestos por trabajadores contratados”. Pero es sabido que al autorizar la aventu
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ra cuentapropista, una de las paradojas consistía en que el Estado no garantiza los insumos para ninguna empresa privada; el cómo se las arreglan los propietarios sólo trasciende si el negocio “florece” demasiado. El autor del post de marras apela al testimonio de empleados que no dan su nombre (el dueño, por supuesto, tampoco accedió a ser entrevistado), sin embargo las arbitrariedades del caso son más dignas de crédito que de suspicacia. Porque para eso (y con el consentimiento del pueblo) se penalizó la prosperidad hace décadas, y se instituyó la vigilancia cederista. Para exacerbar la envidia colectiva y el morbo ante la vulnerabilidad del que insiste en tener éxito material. Cuando hace un tiempo se intentaron revitalizar las consignas socialistas, con ese aire enrarecido donde de pronto cabían los adjetivos “próspero” y “sustentable”, yo no conseguía borrar el tono capcioso con que en la secundaria, a través de una asignatura llamad
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a Fundamento de los Conocimientos Políticos, nos hablaban del capitalismo, de la propiedad privada y de algo llamado “negocio” que casi sonaba a “delito”. Si uno tiene en cuenta que la riqueza del planeta está tan mal distribuida y, mientras los millonarios comen y cagan oro, literalmente, hay gente que literalmente muere de hambre, la ilimitada avaricia humana bien podría adquirir el rango de crimen. Pero lo triste es que en casos como estos, los mismos que tanto temen a la prosperidad ajena, gozan de privilegios nacidos de un origen mucho menos inocente. Si hay algo que se añora en Cuba es una calidad sostenida en las ofertas culinarias. Las buenas iniciativas atraen mucho la atención pero casi siempre terminan defraudando a los clientes. Ese sentido del respeto al consumidor y sobre todo, del respeto a sí mismo, ha sido tan largamente maltratado con las estrategias de la “meritocracia” y la solapada tolerancia a la corrupción, que m
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uchas empresas privadas terminan perdiendo prestigio y público por recurrir a las trampas de la estafa. Lo curioso es que esos celosos guardianes de la miseria no se tomen jamás la molestia de denunciar los negocios donde se traicione la credulidad del cliente con ofertas adulteradas. Burlar al cubano de a pie con productos infames no es tan mal visto como prosperar a costa de un trabajo serio. Después de todo, el cuentapropista que haga esto solo estará remedando a los comercios estatales, donde no hay garantía de calidad ni en las cafeterías en divisa: es un secreto a voces que se filtran productos caseros bajo el sello de marcas registradas. Qué pena por los clientes de “la Fontanella”, que perdieron una opción fiel a las demandas del paladar y a la confianza. Y qué pena que el mismo propietario haya elegido el silencio ayudando así a sepultar la injusticia. - See more at: http://www.havanatimes.org/sp/?p=103183#sthash.CIkx6Ymo.dpuf
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