
Los asambleístas de esta octava legislatura, al igual que sus colegas anteriores, tienen tan poca capacidad de decisión como cualquier compatriota que se queja en una parada de ómnibus. Pueden elevar la voz, "hablar a camisa quitada" o enumerar las ineficiencias que atenazan el desarrollo de sus respectivos territorios, pero de ahí a concretar soluciones va un largo tramo.
Un parlamento no es un banco de un parque a donde ir a hacer catarsis o una vitrina para mostrar la fidelidad ideológica
En esta ocasión la Asamblea Nacional ha dado la espalda a las presiones que, desde diferentes sectores, reclaman nuevas legislaciones para el sistema electoral, la producción audiovisual, la gestión de la prensa, el matrimonio entre parejas del mismo sexo y las libertades religiosas, entre otras. Con tantos temas urgentes, los diputados solo han logrado perfilar el Proyecto de Ley de las Aguas Terrestres.
¿Significa esto que necesitan reunirse más veces para arreglar los enormes problemas del país? La cuestión no es solo de frecuencia o intensidad en el ejercicio de sus funciones, sino de libertad y poder. Un parlamento no es un banco de un parque a donde ir a hacer catarsis o una vitrina para mostrar la fidelidad ideológica. Debe representar la diversidad de una sociedad, proponer soluciones y convertirlas en ley. Sin eso, no pasa de ser una aburrida tertulia.
Los parlamentarios llegarán este viernes ante los micrófonos del Palacio de las Convenciones, en la jornada final de esta sesión ordinaria, con la misma mansedumbre que hace dos días se acercaron al karaoke de una fiesta para repetir los estribillos escritos previamente. Van a cantar la música que otros deciden, a mover la boca para que salga a través de ella la voz del verdadero poder.
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