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¿La Diana o el carretón de caballos?


Una noche cualquiera en el Reparto Vigía Sur, de Santa Clara, puede terminar en guerra. A veces, los buses ruteros Cubanicay, que transportan a los muchísimos ciudadanos de dentro y fuera de la ciudad desde la zona de los hospitales hacia sus diferentes destinos, no llegan. Entonces, algunas personas cansadas de esperar el ómnibus optan por la otra opción más común en esa zona: tomar un carretón tirado por caballos con ruta al Parque Leoncio Vidal. Los “carretoneros” y sus caballos dormitan juntos, esperando que alguien que vaya a un destino que les convenga los alquile. Mientras la cola crece, los inmutables carretoneros parecen estatuas humanas, de esas que vemos actuando en parques y paseos cuando caen las monedas
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en sus sombreros. Siempre quieren recoger los pasajeros que vayan hasta la Terminal, o hasta el Ferrocarril, para cobrar las mayores tarifas por distancia. -Debería haber un inspector que regule la salida y el destino de los carretones, pero éste siempre brilla por su ausencia –comenta un viajero– que también se queja de que la flotilla de ómnibus está tan desorganizada que, a veces, pasan tres seguidos, y otras, no pasan en tres horas. La cola no amaina nunca, los carretones no se mueven si no reciben una oferta que les convenga, y las guaguas no aparecen. A veces, la cola se organiza, otras no. Lo que sí es una constante en esta parada es que siempre ocurre una pequeña guerra, para abordar la guagua cuando llega.

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Un enorme charco a la orilla de la calle hace más difícil la tarea de abordaje. De la nada, llega el objetivo de la espera. Blanco, naranja, urbano. Todo Cubanicay. Todo Diana. “El confort en persona…”. Los ómnibus Diana o Cubanicay son chinos, ensamblados en Cuba. Con 17 asientos y lugar para 28 viajeros parados, o en equilibrio anti físico cuando el chofer logra repletarlos. Para colmo, tienen una sola puerta. Los pasajeros que desmontan, chocan con los que tratan de abordar; incluso cuando el ómnibus no viene lleno. Casi siempre es imposible abordar la susodicha guagua, avanzar el mínimo tramo de la acera a la escalerilla. Cada noche, el amable barrio de Vigía Sur se convierte en ring de boxeo y otras artes ma
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rciales. Los “machangos” empujan para entrar. Las mujeres gritan desesperadas que no las aprieten, y algún miope se arrastra por el piso en busca de sus espejuelos. A nadie le importa que un ratero intente introducir su mano dentro de un bolsillo o cartera ajenos. Un degenerado amasa el escultural trasero de una mulata, y los adolescentes vociferan palabrotas en presencia de respetables ancianas nacidas en la República. El gobierno local hizo alguna inversión en el transporte y las guaguas aparecen con un poco más de frecuencia, pero no la necesaria. Los cocheros continúan exigiendo más dinero de lo que vale el pasaje, y los santaclareños, que necesitan transportarse, continúan cada noche con sus batallas en Vigía Sur.

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