Ante la convocatoria del artista cubano Luis Manuel Otero Alcántara, el 28 de noviembre de 2015 un grupo de amigos y colegas compartieron junto a él, un singular regalo de aniversario que le hizo a su esposa estadounidense.
En la esquina de L y 23, Otero Alcántara realizó un stripper acompañado por las canciones de dos músicos de rancheras, con los cuales había contactado previamente; este sería trasmitido, en vivo, a su esposa a través de la aplicación de videollamadas IMO.[1]
Este relato supera cualquier tipo de ficción artística. Luis Manuel realmente celebra sus Bodas de Papel ese día y su única posibilidad de conexión es la Wifi de La Rampa, uno de los pocos puntos de la ciudad donde las
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personas tienen acceso a ese servicio. De esa manera trata de establecer un nexo visual /espiritual, buscando acortar una distancia que, a veces, resulta insalvable.
Es en este plano de la realidad donde Luis Manuel gusta trabajar. En este caso se apropia de su experiencia personal y transgrede uno de los más importantes lazos dentro de una relación matrimonial, el de la intimidad. Pero es que él solo lleva al extremo esa problemática de la exposición de lo íntimo, pues diariamente las personas que se conectan en esta zona o en cualquier otra sufren la terrible imposición de no tener privacidad a la hora de comunicarse con amigos, familiares, etc.
Sacar a la luz con un gesto atrevido e ilegal ante las legislaciones del país, una práctica que ya se hace cotidiana dentro de la experiencia del Wifi y que las personas parecen no comprender o evitan concientizar, es quizás la mayor transgresión que alrededor de ese tema se haya realizado en los últimos tiempos.
Asumir el espacio público más allá de su materialidad física, e invocarlo como “público solo en momentos de antagonismo, solo desde su conexión con un conflicto”[2] puede generar acciones como esta, de notable impacto. El hecho de intervenir performáticamente, pero desde la credibilidad, la zona donde la urbanidad ciudadana impone un orden moral, a grandes ratos excluyentes, podría ser el catalizador para desarrollar un espacio público vivo.
Y es en ese contacto real entre artista y espectador donde la declaración pública se vuelve tóxica y sin lugar a duda, política.
Ahora, más allá del “shock de la percepción”[3] in situ que permea a esta obra, la dinámica de promoción que sus curadoras -Catherine Sicot y la que suscribe-[4] planearon, impone un camino discursivo que busca superar lo efímero –en términos de temporalidad– de todo perfomance.
Los medios, pertenecientes al dominio de lo público completan la saga de esa acción que juega con la espectacularidad. La visualización online de una documentación vaga, espontanea, de lo que pudo haber sido el stripper en el Wifi, movilizará otros sentidos, otras interrogantes.
Publicado en:http://www.havanatimes.org/sp/?p=111158
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