Las circunstancias políticas y sociales de Cuba son el foco de atención de muchos políticos teóricos del mundo. De aquel lugar pacífico, que pretendieron etiquetar como isla de la libertad, a la convulsa Cuba de estos días, hay un abismo de inestimable profundidad. A qué parte de ese profundo abismo irá la isla que otrora fuera el símbolo del desarrollo del continente, resulta impredecible. En qué sitio de las inmensidades de la perdición quedará, la que fuera una fuente de inspiración para unos y un verdadero paraíso para otros, es difícil de vislumbrar. Si el presente resulta una confusión en medio de la desesperanza y la inseguridad, ¿qué podrá decirse del incierto y oscuro porvenir de los cubanos que aún quedan en la isla?
El colapso total de su economía, el deterioro de su afamado sistema de salud así como de una educación que fuera reconocida en otros tiempos por organismos internacionales como buena, son hechos que demuestran el precario estado en que se sumerge día a día un país que dejó de ser de los cubanos para pasar a manos de los Castro con su arcaico modelo socialista.
En medio del caos por el que se atraviesa, el gobierno cubano pretende insistir en posibilidades de avanzar en la construcción del socialismo. En su intervención de diciembre, en el VI Periodo Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional, Raúl Castro fue capaz de referirse a resultados positivos para el país, a un crecimien
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to en todos los sectores productivos, incluido un 4% del Producto Interno Bruto, a la preparación del séptimo congreso del Partido Comunista, y lo peor, a un análisis de propuesta de conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista, lo que resulta contradictorio si se considera la situación política, social y económica del país; esta última, la peor de la historia, comparable a la hambruna a que fue sometida la antigua URSS en los tiempos de Stalin.
Estos elementos resultan patentes por cuanto pueden medirse, describirse, conceptualizarse en medio de un contexto social; pero detengámonos en aquellas sutilezas que día a día laceran el pensamiento y los sentimientos de los cubanos, dentro de las que se encuentra el fracaso de la educación. Al ser pública, los padres tienen solo una opción a la hora de elegir la formación de sus hijos; todos deben ir a escuelas públicas, en las que existe un desequilibrio respecto a la calidad de los docentes. Ya no quedan aquellos maestros ejemplares cuya formación fue impecable y se graduaban en la Universidad de La Habana como doctores en pedagogía.
El éxodo de docentes hacia otros sectores o al extranjero ha traído consigo la necesidad de formar maestros en varios meses y lanzarlos a las aulas a enseñar, cuando en realidad deberían estar aprendiendo. Una considerable parte de los educandos han de asistir a clases y repasos de forma particular por maestros retirados para suplir la mala preparación que están recibiendo.
Pero la mayor ofensa para los padres que no simpatizan con las tendencias socialistas, que son la mayoría, es el ritual que diariamente tiene lugar cada mañana, cuando los niños deben repetir enérgicamente, luego del llamado del líder pioneril a los “pioneros por el comunismo: seremos como el Che”, cual mantra sagrado y símbolo de la idolatría desmedida hacia un ser que sembró el odio entre los hombres y experimentaba placer al matar. Pero no hay opciones: o estudian en estos centros o en ninguno. Los colegios de enseñanza religiosa o aquellos auspiciados por instituciones de este tipo fueron rápidamente cerrados tras el triunfo revolucionario de 1959.
¿Acaso tendrán capacidad en edades tan tempranas para interpretar un concepto que lleva implícito un grado de abstracción para llegar a comprender lo que es el comunismo, al menos teóricamente? ¿Cómo incitarles a admirar a alguien que participó activamente en la gran matanza de los primeros años de la Cuba revolucionaria?
Cuando un país tiene en su historia el nacimiento de un ser tan colosal como José Martí, quien escribió para los niños, y dejó uno de los más extraordinarios poemarios de las letras hispanas dedicado a su hijo, no hay necesidad de acudir a un extranjero sin piedad y sensibilidad, que expresó a su padre: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”.
Pero como ya sabéis, el inigualable cubano ejemplar, el extraordinario hombre de Dos Ríos, no profesó el socialismo y tuvo una concepción de la democracia diametralmente opuesta a las propuestas del socialismo cubano, por lo que han preferido la exaltación de la figura del Che.
Ya es tiempo de suprimir, de una vez por siempre, la idolatría por aquel que declarara que “un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro”, y en su lugar, sembrar el amor sincero por aquel que creía firmemente en la utilidad de la virtud y el mejoramiento humano, lo que sin duda, ayudaría a restaurar esa pérdida de valores a la que tanto se hace referencia.
Ya los tiempos del hombre que venía “quemando la brisa” han terminado. El modelo de “hombre nuevo” que pretendía forjar el legendario guerrillero, a partir del odio como “elemento central de nuestra lucha”, ha sido un fracaso; el engendro resultante ya lo conocéis en estos tiempos. La restauración del amor, la bondad, la justicia, la equidad, y otras tantas virtudes han de matizar a la educación cubana futura. No hay que acudir a rituales dogmáticos y arcaicos, ni a reiterativas frases carentes de valor. La obra del Apóstol cubano, que ejerció el magisterio de manera ejemplar, es un verdadero evangelio; es su mensaje inigualable, el que debe reinar en los nuevos colegios que han de surgir, desde el día en que tenga lugar esa necesaria renovación educacional.
Publicado en:https://www.cubanet.org/colaboradores/por-que-han-de-ser-como-el-che-y-no-como-marti/
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