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Un viejo axioma plantea que la política exterior de un gobierno es una prolongación de su política nacional. No parece cumplirse siempre en la Cuba de los hermanos Castro, donde con frecuencia parece que ocurre precisamente lo contrario. La paradoja es que esta inversión de las leyes les ha permitido sobrevivir a más de un cambio en el equilibrio de las fuerzas internacionales.
Por regla general, la política exterior del régimen cubano transita por varios caminos al mismo tiempo —en ocasiones contradictorios—, donde lo que se destaca en la prensa nacional es secundario y el objetivo principal se oculta o rebaja de categoría. A veces da la impresión que el interés del mandatario se concentra en un asunto —al que dedica la máxima atención en público—, cuando en realidad solo está aprovechando una ventaja momentánea mientras elabora una estrategia a largo plazo por un camino paralelo.
Basta recorrer las páginas del diario Granma en estos días y de pronto tener la impresión que el periódico se hace desde un supuesto Ministerio del Tiempo. ¿Hemos regresado a la década de 1960, los tiempos de las movilizaciones militares, la constante confrontación ideológica, la “batalla de ideas”, la “Guerra de todo el pueblo”, el peligro ante la inminente “agresión imperialista”? ¿Dónde está la guerra? En una época donde las camisetas descoloridas con la imagen del “Che” en el extranjero —por regla general en individuos al que el propio Guevara no hubiera dudado un momento en enviar a campos de trabajo forzado o al pelotón de fusilamiento— han sido sustituidas en Cuba por otras más floridas, con la bandera de Estados Unidos, la retórica guevarista no sirve ni para vender perfumes.
Así que vale la pena preguntarse por el destino estos esfuerzos, y la conclusión es que no están destinados a combatir el peligro de una confrontación bélica sino a opacar cualquier intento de disidencia en la Isla: con su vehemencia acostumbrada el gobierno cubano hace política no de cara al futuro
Asistimos la puesta en marcha de nuevo de un viejo engranaje, al que se consideraba oxidado y gastado: la ideología en acción. El gobernante Raúl Castro ha limitado las definiciones políticas al mantenimiento del statu quo. Para ello tiene que apelar al espejismo de una retórica de confrontación que prescinde de la palabra y la idea para limitarse al insulto y el golpe. La ideología reducida a la gritería callejera y una actitud soez.
En el caso concreto de Cuba, desde hace años la propia élite en el poder sabe que no hay que confundir una ventaja circunstancial con un destino. Lo sabe el gobernante Raúl Castro y también lo conoce su círculo más cercano. El puente hacia el futuro de una Cuba sin Castro se está construyendo por otro rumbo, no ideológico sino empresarial, con un incremento, con prisa y sin pausa, de la participación de elite militar en los negocios con mayores ingresos en la economía cubana. Lo demás es retórica y los trucos usuales para mantener el poder.
Isaac Deutscher cita a León Trotsky, quien afirmó en una ocasión que la revolución rusa corría el peligro de ser derrotada no por una intervención armada, sino por una “invasión de mercancías extranjeras baratas”.
El vaticinio de Trotsky resultó correcto. Al final fueron los objetos de consumo y no los misiles los que hicieron polvo al imperio soviético. Es de esperar que igual ocurra en Cuba, aunque no es una certeza de democracia y al igual que en la Rusia actual, la desaparición de los Castro no implica obligatoriamente el final, no de su legado sino de una persistencia gansteril, que es en última instancia su esencia.
Así que la esquizofrenia castrista puede resultar, lamentablemente, en dos senderos aparentemente divergentes pero que se bifurcan: al tiempo que se practica sin vergüenza alguna las formas más burdas de aferrarse al poder, crece el acomodo mercantil que asegurará la supervivencia a los herederos de la élite en el poder. Está por verse el resultad
Publicado en:http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/trucos-recurrentes-327629
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