Pasa el Día de los Enamorados, recojo los vasos, los platos con restos de comida, los ceniceros abarrotados de colillas, las copas con restos de vino y me pregunto en silencio: ¿Si no hubiese ocurrido esta diáspora, si el disparo de los años 1980 no hubiese sonado en plena adolescencia, dónde, en qué parte de la ciudad viviría yo? ¿Hubiese tenido hijos? ¿Con quién? ¿Qué edades y rasgos tendrían?
Si aquí todo fuera distinto tal vez dirigiría una revista de moda, tendría un pequeño auto lleno de abolladuras y regresaría a casa al atardecer a pensar en la portada del próximo número. Subiría las piernas, tomaría vino blanco y leería cualquier noticia irrelevante en el periódico local.
¿Qué libros, de qué autores, qué librería sin censura de esta ciudad elegiría yo si todo fuera distinto? No escribiría con furia las páginas del deseo, las páginas de un diario que necesita contarlo todo para ser entendida desde un universo complejo e intraducible. ¿Seguiría mandándole palomas mensajeras a quien un día me abandonó?
Tampoco sentiría este ojo vigilante sobre mis espaldas.
La vida, en ese caso, volaría ligera, menos cargada de símbolos y miedos.
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Por Wendy Guerra
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