En marzo de 1981, a dos meses de instalarse Ronald Reagan en la Casa Blanca, el secretario de Estado, general Alexander Haig, le propuso invadir Cuba y acabar con el castrismo para ponerle fin a la guerra en El Salvador.
Así lo narran William Leogrande y Peter Kornbluh en su libro Diplomacia encubierta con Cuba. Haig sostenía que para evitar que los guerrilleros comunistas tomasen el poder en San Salvador había que “ir a la fuente” del problema, y esa fuente era el régimen de Fidel Castro.
En Washington todos sabían que era La Habana quien financiaba, entrenaba, y hasta en cierto modo dirigía las guerrillas marxistas salvadoreñas, uno de cuyos jefes, Salvador Sánchez Cerén, es hoy el presidente del país y bloquea en la OEA, junto a otros países, cualquier acuerdo contra la dictadura de Nicolás Maduro. Reagan estuvo tentado de dar la orden de invasión a Cuba, pero desistió al ver que nadie más en el Gobierno quería comenzar la nueva administración con una guerra.
Si traigo a la luz esto ocurrido hace 36 años es porque en Venezuela hoy ocurre lo mismo. La fuente de la devastadora crisis política, humanitaria, económica y social que abate a los venezolanos, es nuevamente Cuba.
Como denunció el pasado 8 de agosto The Wall Street Journal, cualquier estrategia para acabar con la dictadura criminal en Venezuela “debe comenzar admitiendo que Castro manda en Caracas, y que su control de esa nación petrolera es parte de una más amplia estrategia de expansión regional. Es a él a quien hay que sancionar”.
Y no se trata esta vez de invadir Cuba, sino de que los venezolanos, Washington, la OEA, la ONU, y toda la comunidad internacional exijan que salgan de Venezuela los interventores castristas y presionen, y sancionen, al régimen de Raúl Castro en vez de alabar sus “reformas” y hacer alegres negocios con La Habana.
Castro incita a Maduro y su claque a que arrecien la represión y masacren a los manifestantes. Mientras más personas maten y más drogan trafiquen, menos pueden entregar el poder pues irán a la cárcel.
La abrumadora injerencia cubana, in situ o teledirigida desde la Isla, dificulta un posible desenlace feliz en Venezuela. Incluso origina una ironía inaudita: Caracas mantiene a Cuba con subsidios y petróleo gratis, y a cambio La Habana le suministra el know-how para mantenerse en el poder contra viento y marea. O sea, el país más pobre y pequeño de los dos, Cuba, es la metrópoli colonialista, y Venezuela, el más fuerte económicamente, más grande y con el triple de población, es la colonia. Ver para creer.
Castrismo, el mayor interventor continental
Maduro y su pandilla acusan a Washington de intervenir en Venezuela. Falso. Es Cuba quien sí interviene, y por todo lo alto. La Habana tiene en Venezuela 4.500 soldados en nueve batallones, uno de ellos en Fuerte Tiuna, corazón militar del país. Hay generales, coroneles y decenas de oficiales cubanos, todos empotrados en los mandos venezolanos. Otros miles de cubanos ocupan puestos claves en el Estado.
El colmo es que son cubanos quienes controlan la entrega de cédulas de identidad, de pasaportes, y de toda información privada de los venezolanos sobre las propiedades que poseen, cuánto ganan, dónde viven y si son chavistas o no. Aparte, hay unos 34.000 médicos y profesionales cubanos de la salud entrenados militarmente.
Desde la independencia de España y Portugal no ha habido nunca en América Latina un Estado más intervencionista en la región que el castrista. En todo el siglo XX y lo que va del XXI no ha habido en América del Sur botas invasoras de EEUU, pero las castristas han pisoteado ocho países sudamericanos: Bolivia, Argentina, Chile, Colombia, Venezuela, Perú, Brasil y Uruguay. Y también siete naciones de Centroamérica y el Caribe: República Dominicana, Granada, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras y Panamá.
En esos 15 países Fidel y Raúl Castro colocaron tropas con sus comandantes, guerrilleros entrenados en la Isla, terroristas y agitadores políticos. De la oficina de Ramiro Valdés, ministro del Interior de Cuba, salían los pasaportes y documentos falsos para todos ellos.
“Segurosos” impiden rebelión militar
Hoy, el Ejército y la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) responden a generales cubanos. Pero tan letal o más que la intervención militar y política es la presencia del MININT. Los oficiales cubanos de contrainteligencia en gran medida impiden que se produzca la tan necesaria fractura en las fuerzas armadas venezolanas.
Los “segurosos” cubanos del MININT, junto con sus soplones venezolanos, vigilan a los oficiales con mando de tropas en el Ejército, la GNB, la fuerza aérea, los tanques, artillería, etc, labor que supervisa desde La Habana el segundo hombre más poderoso de Cuba, el Fouché cubano e hijo del dictador, coronel Alejandro Castro Espín.
Un chiste o comentario desfavorable a Maduro basta para darle de baja a un militar por “no confiable”, o enviarlo a prisión. Es lo mismo que ocurre en Cuba en las FAR y el MININT. Y dicho método no lo inventó Ramiro Valdés en 1959 cuando se creó el Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde (DIER), más conocido como G-2. No, los servicios de inteligencia castristas se entrenan según las escuelas de la extinta KGB y de la Stasi germanoriental, heredera de la Gestapo nazi.
Algo clave en el caso venezolano es que, a diferencia de los Castro, que tomaron el poder a tiros, Hugo Chávez lo obtuvo con las reglas del juego de la democracia liberal, que el teniente coronel utilizó hábilmente con su verbo populista y sus promesas infinitas a las “masas”. Esa diferencia en la génesis de ambas dictaduras, y el hacerle creer a los venezolanos que se iba a respetar la voluntad popular en las urnas, condicionó el subsiguiente universo de los partidos políticos venezolanos y de la oposición.
Aún hoy hay partidos opositores que están enfriando la vital presión en las calles con su disposición a participar en las elecciones regionales de fines de 2017. Eso es grave, pues si la calle decae, baja la presión para que se produzca un levantamiento militar.
Presionar y castigar a Castro II
El propio Chávez fue erosionando la fachada democrática que inicialmente tuvo su régimen, a medida que se fue subordinando a Fidel Castro. Luego, enfermo de muerte Chávez, ambos Castro le “sugirieron” que su sustituto tenía que ser Nicolás Maduro ¿Por qué? Porque Maduro era y es un peón castrista. En los años 80 estudió marxismo en La Habana y desde entonces comenzó a trabajar como espía para el Departamento América del Partido Comunista de Cuba (PCC), que dirigía el comandante Manuel Piñeiro, alias Barbarroja.
El tirón que echó abajo la telita “democrática” que aún cubría la dictadura fue la Asamblea Constituyente. Por eso las miradas de los venezolanos se dirigen a los cuarteles, en espera de que se produzca una rebelión militar, única manera de desbancar a la caterva de narcotraficantes, asesinos y ladrones de Caracas.
Con la Constituyente se dio el primer paso para hacer realidad, con 50 años de retraso, el malogrado proyecto de Fidel Castro y el Che Guevara de llevar el totalitarismo “revolucionario” a América del Sur. Y ojo, con las FARC ahora como partido político, Colombia es la próxima meta del castrochavismo.
Una revuelta militar puede ocurrir en cualquier momento, pero con delaciones o incluso infiltración de espías, las posibilidades de éxito no son muy altas. Antes hay que despejar el ambiente de “moros en la costa”, como reza la medieval frase española.
El mundo debe presionar y sancionar a Castro II para que saque sus ensangrentadas manos de Venezuela. Como dijo Haig, hay que “ir a la fuente” del problema. Y punto.
Publicado originalmente en Diario de Cuba por Roberto Álvarez Quiñonez
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