La expresión surge del trabajo de los científicos sociales Lant Pritchett y Michael Woolcock, que se preguntan: ¿Cómo Dinamarca llegó a ser Dinamarca? Es decir, ¿cómo puede un país en desarrollo ser democrático, próspero, inclusivo, estable, pacífico, respetuoso de la ley, bien gobernado y relativamente libre de corrupción? ¿Cómo pueden Haití, Afganistán, Cuba, Somalia y muchos otros ser países como Dinamarca?
Algunas respuestas, exploradas por Francis Fukuyama en su libro Orígenes del Orden Político, comienzan con la premisa de que los países pobres no son pobres por carecer de recursos, sino por carecer de instituciones políticas efectivas.
Igualmente importante es que la presencia en un país de algunas instituciones democráticas revela muy poco sobre lo bien o mal que éstas funcionan. A menudo países en desarrollo caen en una condición donde sus instituciones gubernamentales no son ni completamente autoritarias ni significativamente democráticas.
Llegar a ser como Dinamarca exige un largo camino si el punto de partida es Haití, Somalia o Cuba
Las instituciones moldean interacciones humanas, definen las reglas del juego en una sociedad y limitan nuestra libertad de decidir. Así, estamos naturalmente inclinados a rechazar instituciones si no estamos convencidos que sirven para mejorar nuestro bienestar. En países en desarrollo, donde las instituciones políticas no son incluyentes y propician la corrupción, el argumento del bienestar no resulta convincente para la mayoría de la población.
Desde la perspectiva del desarrollo institucional, el problema más intrincado es que, mientras el fin del imperio del autoritarismo puede ocurrir rápidamente, instituciones democráticas efectivas se desarrollan lentamente. Es decir, la transición a gobernar democráticamente no será exitosa inmediatamente. El cambio de régimen no puede ser exitoso sin un largo, costoso y difícil proceso de erigir instituciones, una lección no siempre entendida por los mandatarios.
Llegar a ser como Dinamarca requiere mucho más que una mayoría de votos en una elección. Requiere un complejo conjunto de instituciones que Condolezza Rice acertadamente describe como andamiaje de la democracia. Una democracia liberal requiere un balance entre las fuerzas ejecutivas, legislativas y judiciales; entre autoridades centrales y regionales y sus respectivas responsabilidades; entre poderes civiles y militares; entre derechos individuales y colectivos; y entre el Estado y la sociedad. No casualmente las democracias siempre son defectuosas en sus comienzos. Dinamarca exige un largo camino si el punto de partida es Haití, Somalia o Cuba.
La buena noticia es que el desarrollo institucional no está herméticamente encerrado por el determinismo histórico. Las sociedades no están atrapadas permanentemente por su pasado histórico. Sin embargo, las sociedades no tienen la libertad de simplemente rehacerse cualquier día ignorando su historia. Llegar a Dinamarca es, sobre todo, un problema de encontrar una vía que haga funcionar instituciones inclusivas.
Un problema señalado por científicos sociales son las sociedades tradicionalistas, fieramente resistentes a cualquier cambio en las ideas dominantes, que a menudo se expresan con gran pasión política o religiosa. Frecuentemente esos Estados tienen autoridades altamente centralizadas y actores sociales desorganizados fuera del aparato estatal, como por ejemplo Irán,Corea del Norte y Cuba.
En Cuba si el desarrollo económico se produjera milagrosamente bajo el presente régimen represivo, los beneficios económicos no desestabilizarían el sistema político
Otro reto está presente en sociedades caracterizadas por alguna forma de autoridad carismática. El concepto surge de la palabra griega chárisma, o "tocado por Dios". Esa etimología destaca el enorme desafío de transferir autoridad de un líder "tocado por Dios" a instituciones impersonales.
En esas sociedades es habitual una dramática incoherencia entre las instituciones existentes y las necesidades de la sociedad. Llegar a Dinamarca requiere la transición mental de creer que el gobernante es soberano a la convicción de que el Estado de Derecho es soberano.
Como individuos construimos modelos de realidad. Una vez adoptados, nuestros modelos mentales de realidad son difíciles de cambiar, incluso confrontados con evidencias de que no están produciendo los resultados deseados. Esto ayuda a explicar actitudes aquiescentes observadas en países donde el comunismo se impuso. En Cuba, por ejemplo, si el desarrollo económico se produjera milagrosamente bajo el presente régimen represivo, los beneficios económicos no desestabilizarían el sistema político ni pondrían demasiada presión para la democratización.
Para los cubanos, sin el andamiaje de la democracia, la única forma de llegar a Dinamarca es viajando hacia allá.
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Nota de la Redacción: José Azel es investigador senior en el Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami y autor del libro Reflexiones sobre la libertad.
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