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En Miami nunca aceptaríamos la detención de niños cubanos inmigrantes



Hubo una época en que Miami lucía con orgullo la bandera de la “Ciudad de Refugio”.

Ahora somos la capital de la detención de inmigrantes, ocupando un lugar central en la práctica despreciable del encarcelamiento masivo de niños inmigrantes.

¿Cómo pudimos dejar que esto sucediera?

En Homestead, una gigantesca instalación privada, rodeada por alambrado de malla se ha convertido en nuestra vergüenza. Cuenta con 1,600 menores no acompañados que cruzaron la frontera entre Estados Unidos y México sin sus padres y que con el cierre del detestado centro de detención masiva en Tornillo, Texas, se está preparando para recibir a más niños.

El costo para los contribuyentes ya supera un millón de dólares al día.

El costo para nuestra conciencia cívica: inconmensurable.

Y tengo que preguntar: ¿aceptaríamos un campo de prisioneros para niños inmigrantes cubanos en Miami-Dade?

Jamás.

Entonces, ¿por qué toleramos en silencio este trato para niños centroamericanos, de 13 a 17 años, como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo en este recinto en la antigua base de la Fuerza Aérea de Homestead? ¿Dónde están las voces de indignación de esta comunidad? ¿Por qué los cubanoamericanos en cargos públicos no están enfrentando este tema? ¿Por qué nuestras celebridades de renombre no se inmutan el encarcelamiento de estos niños como lo hicieron cuando el gobierno de Bill Clinton estaba deteniendo a los niños cubanos bajo tiendas de campaña en Guantánamo, Cuba, en 1994?

El alma de esta comunidad ha cambiado, y no para mejorar, de formas que apenas reconozco hoy en día.

El secretismo que rodea al establecimiento con fines de lucro de Homestead, no tiene precedentes. Rara vez se permite a los medios de comunicación llegar a su interior; sólo se reciben ocasionalmente miembros del Congreso.

“Allí hay una sensación de cárcel”, dijo la congresista Debbie Mucarsel-Powell, demócrata de Miami, después de visitar el centro la semana pasada.

“Una experiencia escalofriante”, fue como describió su visita la congresista Donna Shalala, demócrata de Miami.


Una reportera del Herald tuvo que esperar dos años para lograr un recorrido estrictamente controlado con un funcionario visitante del Departamento de Salud y Servicios Humanos. No pudo hacer preguntas, ni tomar fotos y solo se le permitió sentarse durante un breve período de preguntas y respuestas en la cafetería, con el funcionario y ocho niños seleccionados por el centro.

Todos los niños estaban muy agradecidos de tener un techo sobre sus cabezas, incluso si dormían en literas bajo carpas con aire acondicionado. Pero estaban asustados, nerviosos, sudaban, se inquietaban y tenían lágrimas en los ojos.

Todo ese control no pudo ocultar su sufrimiento.

Cuando se les preguntó qué necesitaban, pidieron más tiempo para hablar por teléfono con familiares en Estados Unidos, zapatos que no se rompieran constantemente y comida étnica a la que están más acostumbrados. La pizza era la favorita comida americana.

Debemos exigir en nombre de ellos que los entreguen a familiares y patrocinadores y que cierren a este monstruoso lugar. Se suponía que este era un albergue temporal de emergencia, pero ha estado funcionando bajo la presidencia de Donald Trump durante un año.

“La mayoría de los niños tienen a alguien que los puede recibir, pero el proceso se demora mucho tiempo”, me dijo una persona con acceso a los niños.

Aunque la administración Trump dice que la estadía promedio es de 67 días, últimamente ha durado más de 89 días, y algunos niños han estado allí durante más de 100 días, dijo un defensor. Esto es ilegal. Según el Acuerdo Federal de Flores, los niños solo pueden ser retenidos por las autoridades de inmigración durante 22 días.

Esta detención prolongada es el resultado de “un sistema roto y moralmente en bancarrota”, dijo el congresista de Texas Joaquín Castro.

Él tiene razón.

¿Por qué habría que encarcelar a una joven de 16 años que tiene una hermana con quien puede vivir en este país?

La falta de acceso a los niños se explica como si fuera necesaria “para preservar la privacidad de los niños” pero el aislamiento solo los hace vulnerables a los abusos. Incluso en prisión, los reclusos encarcelados por crímenes horribles pueden conceder entrevistas.

Estos niños son prisioneros; viven bajo un sistema estricto y reglamentado que los obliga a caminar en línea recta. Son escoltados incluso cuando van al baño. El espacio recreativo afuera se reduce a medida que traen más tráileres y construyen más tiendas.

La verdadera razón para el aislamiento es que no quieren que veamos su humanidad, que describamos sus historias y personalicemos su sufrimiento. Los periodistas reciben fotografías del Departamento de Salud y Servicios Humanos de la parte posterior de las cabezas de los niños mientras están en clase porque la respuesta de los lectores sería diferente al ver una fotografía que captura en sus rostros su inocencia y sus lágrimas.

¿Por qué los miembros de esta comunidad que alguna vez fueron niños refugiados no reclaman más enérgicamente al gobierno federal?

A pesar de lo remoto que se encontraban los campos de detención en la Base Naval de Estados Unidos en Guantánamo, el gobierno permitió acceso a los refugiados mediante frecuentes visitas por parte de los medios y líderes civiles de la comunidad. Después de mi primer viaje allí, regresé con fotos e informes detallados sobre quiénes eran estas personas y qué tipo de condiciones soportaban. Traje de vuelta el diario de una niña de 10 años y la foto de menores no acompañados que miraban a través de una cerca de alambre que rodeaba su campamento.

En mi segundo viaje, cubrí el primer puente aéreo hacia la libertad en el sur de la Florida. Mantuve su privacidad. Les di una voz, una cara y una narrativa que conmovió corazones y cambió mentes. Eso es lo que más teme la administración de Trump; los hechos interfieren en el camino de una política de inmigración despiadada.

Esta es una comunidad formada por personas que abandonaron a Cuba porque no querían enviar a sus hijos a la escuela en el campo, el programa obligatorio del gobierno cubano que enviaba a los niños a trabajar en la agricultura como parte de su educación. ¿Cómo podemos mantenernos ajenos a lo que está sucediendo con niños de otras personas?

Estos niños huyeron de la violencia desenfrenada de las pandillas. Los enviaron aquí solos con los mismos temores y esperanzas que llevaron a los asustados padres cubanos a enviar a sus hijos solos durante el éxodo de Pedro Pan.

¿Sabes cómo los llama HHS? “Unaccompanied Alien Children” (niños extranjeros no acompañados), como si fueran extraterrestres.

Miami-Dade debería ser el último lugar en la tierra donde los niños inmigrantes son encarcelados en masa.

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