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El guapo criollo (La Guapería en la Cuba actual)


En cualquier lugar del mundo esta especie, al descubrirse en público, de inmediato infla el tórax y recoge la barriga. Saca pecho, al decir de esos guapos de otros tiempos, que ya ancianos conocí en mi niñez. Mas estamos en la Cuba de inicios de este III Milenio, donde el poder es omnipresente, omnipotente y por sobre todo muy, muy pesado. Es quizás por ello que el guapo cubano de estos años finales del castrismo más que pecho saca maleta. O sea, se encorva maletudo, abrumado al parecer por ese poder político más ubicuo que la propia fuerza de gravedad. El guapo cubano tiene otros rasgos peculiares. Se desprende que si siempre anda encorvado, su frente buscará el suelo más que las alturas, por lo que no extraña que mire al mundo de una muy particular manera. Desde abajo, desde la oscuridad de un rostro siempre a la sombra, contraído por demás en ese rictus tan suyo, más bien mueca, que él supone le ayuda a mantener al resto del mundo
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a raya. Porque no debe dejar de advertirse que nuestro guapo cree que el mundo entero no tiene otra ocupación que joderlo a él. Al pobrecito, al hijo de su mamá. Otro de sus tópicos es el de los andares bamboleantes, con los brazos bien contraídos y muy separados del cuerpo, cual si padeciese de unos golondrinos de campeonato. Por cierto, en sus desplazamientos el guapo no hace distingos al empujar o aplastar al otro que tiene la mala suerte de cruzarse con él en la acera. A una anciana con un bastón, a una mujer fea o aun a una hermosa, a la cual le dedicará una frase soez pero sin por otra abrirle paso, a un niño, a un anciano, a otro guapo... Bueno, en realidad, al encontrarse con otro de su misma especie, la actitud del guapo cambia por completo, se hace diferente. En su interacción con los otros guapos echa mano de estereotipos. En sí, los guapos parecen no conocer otra forma de relacionarse entre ellos que no sea mediante e
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stereotipos. No solo es esa babosa afición a darse besitos con sus congéneres, costumbre que entre varones se ha hecho hoy muy frecuente en la Isla. Lo fundamental es que no bien ha visto a un congénere asomarse en el horizonte, nuestro sujeto salta al escenario de inmediato. Porque ser guapo es por sobre todo una actuación, o mejor, una sobreactuación, que se interpreta primero que nada para los otros guapos, cuya opinión es en definitiva la única que importa. De hecho, uno a veces se pregunta si el guapo cubano no tiene mujer más que para presumir de ella ante los socios. Nunca es más evidente la naturaleza histriónica de nuestro guapo autóctono que en sus broncas. A pesar de que en los últimos tiempos algunos tratan de imponerse el laconismo como suprema virtud guapetonil, la verdad es que en nuestras broncas siguen escuchándose muchísimas más palabras que trompadas. No en balde, muchas de esas broncas suelen conservar un marcado


aire de romance antiguo en que los héroes, entre lanzada y lanzada, intercalaban larguísimos parlamentos. Aunque claro, no puede pedírsele a nuestro hombre la misma esmerada articulación o riqueza de ideas y vocabulario. Es también ese histrionismo suyo la razón de que el 99,9% de los duelos a machetazos que se registran en la Cuba presente no terminen en miembros cercenados y chorros de sangre a la manera del peor cine japonés, sino en alguna heridita de tres puntos, o si acaso alguna contusión del que esquivaba un temeroso ataque; que por cierto ha sido antecedido por media docena de avisos. Un último detalle. Como bien conocen nuestros policías, en la privacidad de un cuartel no puede amagársele muy en serio una galleta a un guapo nacional. Nunca se sabe a quién podrá echar palante cuando se suelte a hablar, y tampoco si con otra galleta se podrá cerrar esa tan peligrosa fuente, que puede terminar embarrándolo hasta a uno mismo


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