Año tras año, cada 20 de octubre (Día de la Cultura Cubana) los medios anuncian las distintas actividades político-culturales programadas para celebrar la fecha. Pero la cultura va más allá de fiestas, exposiciones, recitales u homenajes a personalidades “integradas al proceso”. La cultura cubana va más allá de un gobierno. La cultura cubana es también educación. Cuando en 1961 Fidel Castro, en una reunión con destacados intelectuales cubanos, les advirtió: “Dentro de la revolución, todo, fuera de la revolución, nada”, no solo coartaba la libertad de creación de nuestra intelectualidad. Esta frase fue sobradamente divulgada por los medios, analizada por los maestros en las escuelas y utilizada por funcionarios y dirigentes para amedrentar al pueblo y cohibir así cualquier manifestación cultural “sospechosa” o sencillamente espontánea. Prácticamente desde sus inicios, el nuevo régimen comenzó a utilizar los medios de comunicación -bajo su control
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absoluto- para restringir, proscribir, demonizar cualquier expresión de la espiritualidad –y por lo tanto de la cultura-, como la moda, la religión, la música. Tenían serios problemas –e incluso iban presos o presas- quienes se atrevían a llevar el pelo largo, usar minifalda, ir a la iglesia, escuchar a los Beatles. Lo mismo les ocurrió a los amantes del jazz. Y no solo fue condenada la música “del enemigo”, sino incluso artistas cubanos que habían decidido emigrar o declarar sus opiniones divergentes, como Celia Cruz. Mucho ha sufrido también la cultura cubana con cada creador de renombre anterior a 1959, condenado al ostracismo mediático por desaprobar la barbarie populachera imperante -como ocurrió con Dulce María Loynaz-. O cuando nuestros mejores compositores no reciben la difusión que merecen, como ocurre con Pedro Luis Ferrer –por citar un ejemplo-, a pesar de su incuestionable calidad como poeta y músico. A raíz de los cambios bruscos que
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afectaron a nuestro país después de 1959, muchos cubanos partieron al exilio, y una gran parte de los que se quedaron adoptaron la doble moral. En cambio, antes de 1959 nuestra sociedad se desarrollaba bajo preceptos de educación, respeto a la vida privada de los ciudadanos, tolerancia y buenas costumbres. Hace unos días le pregunté a un amigo (que aún trabaja y no quiere dar su nombre por temor a represalias) qué opinaba sobre el deterioro de nuestra cultura. Sin pensarlo dos veces me respondió con palabras de pescador: “Hace años que este barco está haciendo agua”. Y para reafirmar su criterio me puso un ejemplo de cuando era pequeño: “Vivíamos en un apartamentico en Párraga, y al lado vivía María Luisa, que tenía tres hijos y era doméstica en una casa de La Víbora. Eran una familia tranquila. Sus hijos iban a la misma escuela pública que nosotros. Luego, cuando triunfó la revolución, María Luisa se metió a miliciana. Paraba poco en la casa por las
movilizaciones. Los hijos empezaron a desbocarse. Andaban en la calle hasta tarde. El del medio estaba conmigo en el aula, y la maestra lo regañaba porque no hacía las tareas y a veces iba sin bañarse”. Pero las cavilaciones de mi amigo no acabaron ahí: “La decadencia actual no vino del aire: acuérdate de aquellos trabajos forzados en el barrio, todos los días, y los fines de semana, para luego pelear en una asamblea laboral (y sacarse los trapos sucios) para poder comprar un televisor, o una olla arrocera, o una lavadora rusa o un refrigerador. ¿Y recuerdas las microbrigadas? Días, meses, años trabajando hasta tarde, y los hijos solos. Y las escuelas en el campo, en la edad en que el muchacho más necesita la influencia de la familia. Y los padres presos, y los hijos criándose solos. ¿Por qué tú crees que a partir de 1959 hay tantas prisiones en Cuba? ¿Y los padres enviados en misión militar o médica a otros países?”, concluyó, “de eso ni hablemos”.
Publicado en:http://www.cubanet.org/actualidad/actualidad-destacados/la-culta-incultura-de-los-cubanos/