A pesar de los 31 años transcurridos, recuerdo los sucesos del 25 de octubre de 1983 como si hubiesen ocurrido la semana pasada: la invasión norteamericana a Granada me echó a perder una noche que prometía ser muy especial. Cuando aquello, era novio de la que sería posteriormente la madre de mis hijos. Esa noche, para reconciliarnos por una desavenencia, habíamos ido a comer al Renacimiento, un restaurante en la esquina de las calles Juan Delgado y Luis Estévez, en Santos Suárez, que no era una cosa del otro mundo, pero no estaba mal para la época y tampoco para esta, ya que sus precios que entonces nos parecían excesivos, hoy resultarían una ganga. Al llegar a la casa, cuando nos besábamos frente al televisor y nos disponíamos a amarnos con ganas, apareció en la pantalla un adusto y bigotudo locutor que leyó con voz grave, un dramático comunicado oficial en el que se anunciaba que los cubanos que estaban en Granada enfrascados en la construcción del aeropuerto de Point Salines, en el sur de la isla, se habían enfrentado a la 82 División Aerotransportada y todos habían muerto. Aseguraba el locutor que “el último de ellos se había inmolado abrazado a la bandera”. Mi novia lloraba a moco tendido. Se puso como una fiera cuando osé decir que la culpa de esos cientos
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de muertos era de Fidel Castro, que había ordenado a los cubanos, civiles en su mayoría, que pelearan y no se rindieran a los norteamericanos. O sea, que se suicidaran en masa. Tan apasionada como era entonces ella en su devoción revolucionaria, muy poco faltó para que terminara nuestra relación. No se acabó, pero esa noche no hicimos el amor. ¡Qué íbamos a hacerlo con aquellas noticias! Mi novia prefirió que la llevara a su casa, para llorar a solas. Fueron pocas las personas en Cuba que no se dejaron engañar por el cuento de la masacre en Granada. Poco después nos enteraríamos del gran papelazo que había hecho el régimen al dar por hecho lo que suponía el Comandante que habría ocurrido a los cubanos en Granada si hubiesen cumplido sus órdenes. Afortunadamente, no las cumplieron, y así los muertos, en lugar de 700, fueron 25. Los prisioneros fueron devueltos a Cuba. Los 25 muertos también. Hubo un luto nacional riguroso de varios días. Parecíamos condenados por largo tiempo a las banderas a media asta, los himnos revolucionarios, la música sacra y las canciones de Sara González, pero eso fue hasta que en noviembre vino el venezolano Oscar de León al festival de Varadero y puso a bailar salsa a la mayoría de los cubanos, incluida mi novia, que ya había empezado a
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creer menos en lo que decía “esta gente”. Hubo muchas mentiras y distorsiones en los medios oficiales cubanos respecto a lo que ocurrió realmente en Granada. En plena Guerra Fría, con los conflictos en Centroamérica y la guerra de Angola en su apogeo, los gobiernos de Granada y Cuba aseguraban que el estratégico aeropuerto, con una pista de más de 10 000 pies que construían en Point Salines, sería destinado al turismo internacional, pero el presidente Ronald Reagan insistía en que sería utilizado con fines militares por la Unión Soviética y Cuba. De ahí que la invasión de la 82 División Aerotransportada estuviese motivada, más que por la seguridad de los norteamericanos que estudiaban medicina en la Universidad de Saint George, por la posibilidad de que el aeropuerto se convirtiera en una especie de portaviones soviético fondeado en el Caribe. Pero la invasión norteamericana no derrocó al régimen de Maurice Bishop: había sido depuesto el 19 de octubre de 1983, casi una semana antes de la invasión, por elementos ultra-izquierdistas del Movimiento New Jewel, dirigidos por Noel Coard y Hudson Austin, a quienes la prensa cubana de aquellos días tildaba de “polpotistas”. Cuando las fuerzas norteamericanas invadieron Granada, hacía seis días que Bishop, junto a su
amante, la ministra de Educación Jacqueline Creft, y otros 15 integrantes de su gabinete, habían sido ultimados por los golpistas en Fort Rupert. ¿Por qué, por su seguridad, no fueron evacuados los cubanos luego del derrocamiento y asesinato de Bishop? Probablemente porque el gobierno cubano pensaba buscar acomodo con el nuevo régimen. Había muchos intereses estratégicos en juego con el aeropuerto de Point Salines para preocuparse por las vidas de los trabajadores de la UNECA y los asesores militares cubanos. Pero la invasión norteamericana lo echó todo a perder. Y la matanza, que no fue de la magnitud que se esperaba, no sirvió para historias de combates y martirologios que fueron opacadas por los chistes sobre la huída del luego degradado coronel Tortoló. Hoy, los medios cubanos, cuando se refieren al derrocamiento y asesinato de Maurice Bishop, crean una nebulosa, como si la culpa fuese de los Estados Unidos y no de los golpistas del Consejo Revolucionario Militar que se creían más leninistas que Lenin. Pero los que leíamos el periódico Granma en aquella época, no hemos olvidado la versión del golpe de estado “polpotista” que daba el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista. Y tampoco aquello del último cubano que “se inmoló abrazado a la bandera”.
Publicado en:http://www.cubanet.org/destacados/las-mentiras-sobre-granada/