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Turistas pobres, son ricos solo en La Habana


Aunque tratan de aparentar lo contrario, una buena parte de los turistas que viajan a Cuba viven de forma bastante modesta en sus países de origen. Algunos hasta se puede considerar que son francamente pobres. Solo que del Primer Mundo… Muchos son obreros u oficinistas que se la pasan ahorrando todo el año para en las vacaciones poder visitar el Caribe. Cuba, en particular. El dinero reunido no alcanza para ir a Cancún o Bahamas. Vale la pena cohibirse y ahorrar para luego poder disfrutar no solo de playas paradisíacas, habanos, ron y música salsa, sino también de las reliquias del exótico parque temático de la revolución de Fidel Castro y el trato de una población que vive de un modo tan miserable que a cualquier pelafustán que muestre la cartera con un puñado de euros o dólares, lo hará sentir como un potentado sahib. No importa si los servicios y los hoteles no son tan buenos, y los productos en las tiendas sean de mala calidad y bastante caros… Aquí pueden sentirse a sus anchas, olvidarse de determinadas convenciones sociales y hacer lo que en sus países no se les permite y tampoco permiten aquí a los nativos, pero a ellos sí porque son extranjeros… Ya se sabe: en Cuba los nacionales no tienen prioridad alguna, excepto para la policía. turistas 3 foto negraHace un par de años conocí a un joven suizo que estaba fascinado por Cuba. Paraba en una habitación alquilada en una casa particular por lo que creía conocer bien cómo era la vida de los cubanos. No quería que le hablaran de p
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olítica, y menos de disidentes. Lo que más le gustaba, aparte de lo desinhibidas que eran las muchachas, era lo barata que se conseguía la marihuana y que podía ir en bicicleta por La Habana, raudo, sin camisa, en short, bebiendo con la piel el sol tropical, olvidado de multas y señalizaciones del tránsito. Muchos vienen solo a pasear y divertirse. Otros, en plan turismo ideológico. Pero no son pocos los turistas, lo mismo hombres que mujeres que vienen en busca de sexo barato. El más barato del mundo. Puede costar solo unas cervezas o una cena. No son solo pervertidos y maniáticos. También y sobre todo, hay solteronas, tímidos, apocados a los que les suele costar trabajo relacionarse con los demás, impotentes, personas con inhibiciones y complejos, ancianos libidinosos, homosexuales que ocultan serlo, gente con gustos raros a la hora del sexo… Sentirse superiores a sus clientes los ayuda a sentirse no solo desinhibidos, sino hasta amados y deseados. turistas 5Y aquí hay muchachas y muchachos para escoger. Carne de primera. Morena y ardiente, como se supone sea en el Caribe. Y no hay que hablar demasiado ni prometer mucho. Y si hay que regatear, las jineteras y los pingueros, que no suelen ser muy exigentes, casi siempre hacen rebajas. Claro, que en esto de la prostitución, siempre hay sus riesgos. Pero nunca tanto como en Bangkok o en Río. Hay enfermedades venéreas, asaltos, timadores y crímenes pasionales, pero no hay que exagerar… Los turistas pobres son bastante fáciles de d

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escubrir en La Habana. Se les ve deambular sucios, mal vestidos, en chancletas, con mochilas a la espalda, en busca de una habitación que rentar en una casa, que resulta mucho más barata que un hotel. Se montan en las guaguas, y apretujados, avanzan por los pasillos, cayéndose y empujando a los demás pasajeros. Comen pan con tortilla o cualquier fritanga en cafeterías particulares antes que en restaurantes o paladares. En busca de souvenirs que prueben que estuvieron en Cuba, regatean a los vendedores, lo mismo una gorra guerrillera –verde olivo y con una estrella roja, más a lo guardia rojo de Mao que a lo Che Guevara– que una talla de madera que parece representar a un cimarrón o unos borrones que recuerdan vagamente al Morro, sobre un lienzo de un pobre diablo que dice ser pintor. En sus tratos con los nativos, algunos turistas han resultado ser verdaderos malandrines. Por no decir delincuentes. Y no me refiero precisamente al armenio-canadiense Tomakjian, que no se sabe bien que fue más, si lo que robó o lo que le robaron. Conozco un músico habanero –toca guitarra, piano y alguna percusión menor- que ha sido engañado por extranjeros tres veces en los últimos diez años. La primera vez, por dos madrileños que le prometieron llevárselo a tocar con uno de los más populares grupos de rock españoles. La segunda vez por un canadiense que dijo ser productor musical y le prometió turistas okllevárselo a Quebec y ponerlo a tocar como músico de sesión con los mismísimos Burton Cummings y Randy B
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achman, que decía eran sus amigos y estaban a punto de formar una nueva banda. Y la tercera, que fue la peor, por una mexicana. Poco agraciada y bastante mayor ella, luego de acostarse con él, le hizo firmar a mi amigo y al grupo que formó, un contrato leonino que lo obligó, entre otras cosas, a montar un repertorio compuesto exclusivamente por sones tradicionales, guarachas, boleros y bachatas. Durante varios meses, por una miseria, tocaron en los peores tugurios del DF y Cuernavaca, para un público bastante pendenciero. La productora se aburrió de él, se lió con un adolescente dominicano y abandonó a los cubanos a su suerte. Les fue muy mal. Nada les salió como esperaban. Los cuatro músicos no quieren ni acordarse del hambre que pasaron para reunir el dinero de los pasajes para regresar a Cuba. Muchos de estos turistas, por muy pobretes, incultos y faltos de clase que sean, se dan ínfulas y adoptan aires de superioridad con los nativos. Como si todos los cubanos estuviésemos dispuestos a servirles de criados o bufones. Como si estuviésemos obligados a menearnos al son de las maracas. A menudo uno siente vergüenza por tanto compatriota pedigüeño, servil, que chapurrea unas cuantas palabras mal aprendidas en un inglés de erres arrastradas que recuerda el de los indios de las películas del Oeste de clase B, para ofertar lo mismo tabacos que muchachas o muchachos, o que hacen de payasos, en las calles de la Habana Vieja, a cambio de unas moneditas. ¡Y todavía queremos que nos respeten!


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