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Yusimì, la vigilante.
Desde los primeros días de nacida, cuando abrió los ojos al mundo, observaba todo detenidamente. Sus grandes ojos parecían hechos especialmente para captar hasta el mas mínimo detalle de todo lo que ocurría a su alrededor. Miraba fijamente, nada escapaba a sus enormes ojos, que parecían traspasar paredes y almas.
Creció, comenzó a hablar muy pronto, fue una niña precoz, tal vez demasiado precoz. Aprendió solita a leer y a escribir, cuando lo logro, se sintió feliz, muy feliz. Empezó a coleccionar libretas y lápices, sabía usarlos muy bien. Se acostumbro a escribir en esas libretas que coleccionaba, todo lo que veía y escuchaba durante el día. En su cuarto se amontonaban libretas repletas de todo lo que Yusimì pensaba que un día seria importante recordar.
Un día, su mamá conversando con una vecina le dijo.
– Yo creo que esa vocación por vigilar y saberlo todo, la heredo de su padre. Ese hombre, en su obsesión por vigilar, y poder informarlo todo, dejo de dormir por las noches y recorría las calles de madrugada. Se acercaba a las casas y trataba de escuchar algo. Recuerdo una vez que discutimos por eso y me respondió.
- A veces, las personas hablan dormidas, toda información es valiosa y debe recogerse, archivarse, lista para ser usada en el momento oportuno. Un informe no esta completo mientras la persona siga viviendo, decía muy serio, en esos escasos minutos que dejaba de vigilar o apuntar alguna información.
Yusimì, fue concebida durante unas vacaciones obligatorias que su padre tuvo que tomar a instancias de su jefe. Encerrado en su casa, aislado del mundo, sin tener a quien vigilar, decidió hacer el amor con su esposa. Así vino al mundo Yusimì, la vigilante, como la conocían todos en el barrio.
Siempre fue una alumna aventajada, era rápida tomando notas y memorizando cifras y datos. Un día una amiguita del aula le pregunto como se las arreglaba para tener siempre tan buenas notas, ser la mejor en la clase, la respuesta de Yusimì la dejo boquiabierta.
– Muy sencillo, no la atiendo, la vigilo durante la clase, así nada se me escapa y logro memorizar todo.
Cuando su padre fue obligado a retirarse de su oficio de vigilante mayor por un Alzheimer prematuro, Yusimì, por derecho propio, ocupó su lugar. Nadie mejor que ella, fue la única propuesta en la reunión de vigilantes. Su nombre fue el único en la boleta. Yusimì, estaba radiante, inmensamente feliz. Temblorosa recibió los prismáticos de manos del vigilante en jefe. Prometió cumplir y no defraudar la confianza depositada en ella.
Al terminar la asamblea de vigilantes y regresar a su barrio, todos la miraron recelosamente, con temor. Las vecinas cerraban las ventanas de la cocina al cocinar, aprendieron a freír bistecs, cuando los conseguían, sin que nadie sintiera el olor. A la hora de comer, se cerraban puertas y ventanas. La vida en el barrio, cambio para siempre.
Yusimì, sentada en portal de la casa, estrenando sus prismáticos, trataba de no perder detalle de la vida del barrio. Una mañana, le asombro el silencio reinante.
– Mamá, y este silencio, no se escucha una voz, esto me aburre.
– Ay mi hijita, los vecinos han aprendido a hablar por señas, tienen miedo que un informe tuyo pueda perjudicarlos. ¡Es lo único que nos faltaba, un barrio en silencio por el miedo a un informe!
Yusimì, se disgustó mucho, los vecinos deberían cooperar y no hacerle mas difícil su trabajo. Llamo a sus superiores y pidió información sobre el lenguaje por señas. Algo grande y terrible traman mis vecinos, dijo a sus superiores. Dos días después, Yusimì, recibía un libro y varios DVDs para aprender el lenguaje de las señas.
Una tarde, su mamá, la obligo a sentarse en el sofá de la sala, de espaldas a la ventana, al mundo exterior.
– Mi hija, ¿Piensas pasarte todo el tiempo vigilando a los demás, pendiente de la vida de todos, olvidándote de vivir la tuya? No me divorcie de tu padre, por ti. Ahora que perdió la razón y pasa el tiempo dibujando barquitos y palmeras en sus viejos informes, me da pena recluirlo en un asilo y lo cuido, pero no lo amo. Esto no es vida mi hija, no sales, no disfrutas, no tienes novio, todo el tiempo vigilando y tomando notas, informando, es una locura. Nadie nos visita, vivimos aisladas, a veces siento ganas de dejarte con tu padre y largarme a un lugar donde no existan vigilantes, ni informes.
- Mamá, esta es mi vida, lo disfruto, ya aprendí el lenguaje de las señas y hasta a leer los labios; soy una vigilante perfecta, ningún detalle se me escapara. No conozco otra vida, ni la deseo.
- Solo pido a Dios que te enamores y ese amor sea más fuerte que tu pasión por la vigilancia y los informes, quiero un nieto, no un informe para estrechar entre mis brazos.
Los vecinos de la casa de enfrente, fueron detenidos por unos días. El informe detallado enviado por Yusimì, provoco que perdieran su casa por alquilar sin permiso a habitantes de otros pueblos. La vigilante mayor estaba orgullosa de su trabajo, recibió felicitaciones y un diploma de reconocimiento. El vigilante en jefe le escribió una carta de su puño y letra, “en estos tiempos difíciles, pocos mantienen su integridad y dedicación en el oficio de vigilar e informar”.
Meses después, en la casa de enfrente se mudo un matrimonio, tenían un hijo de 24 años, solo 2 más que la edad de Yusimì. Yohandry, estudiaba en la Universidad, practicaba varios deportes y le gustaba hacer pesas en el patio de la casa. Una tarde, sentada con sus prismáticos en el portal, Yusimi, descubrió a Yohandry en short, sin camisa haciendo pesas. Se olvido de los vecinos que estaban comprando carne y de Yenisleidy, la que vendía ropa que la hermana le mandaba de un pueblo cercano. Se olvido de informes y vigilancias, se olvido de todo. Solo tenia ojos para Yohandry, paso horas mirándolo con sus prismáticos. Esa noche antes de acostarse, Yusimì, se arreglo el pelo y eligió la ropa que se pondría mañana. Se despertó temprano, desayuno de prisa y prismáticos en mano se puso a vigilar la casa de enfrente. Siguió a Yohandry hasta la Universidad, lo observo toda la mañana, lo vio tomar notas, responder preguntas, conversar en los intermedios entre los turnos de clase. No queria, ni podía apartar sus prismáticos de ese muchacho, pensó que debía ser su labor de vigilante que le hacia intuir alguna pista que no lograba descubrir.
Yusimí, descuidaba su labor de vigilante mayor. Aumentaron las ventas de productos prohibidos en el barrio, la gente se atrevía hasta a cocinar y comer con las ventanas abiertas. Todos se dieron cuenta que la vigilante mayor solo tenia ojos para el muchacho de la casa de enfrente.
Una tarde mientras lo vigilaba, Yusimì, vio a Yohandry, desnudo en su cuarto, se puso muy nerviosa, temblaba. Comprendió de golpe que vigilaba al muchacho porque le gustaba, esa era la razón y no ningún informe ni tarea por cumplir. La imagen de Yohandry desnudo, no se apartaba de su mente, hasta fiebre tuvo y su madre la llevo al medico; le mandaron reposo y mucho liquido, nada mas.
Una tarde de abril, Yusimì y Yohandry se cruzaron en la acera. El la saludo, la invito al portal de su casa, tomaron jugo de naranjas, ella por poco le pregunta el origen de las naranjas fuera de temporada, la fuerza de la costumbre es terrible. Después de tomarse el jugo y hablar de mil cosas, él la invito a ver una película en su cuarto.
– Un amigo me presto su video casetera y varias películas, mañana tengo que devolvérselas, ven vamos a ver una que esta muy buena.
Yusimì, asintió, Yohandry ejercía una fuerza irresistible sobre ella.
En el cuarto, mientras empezaba la película, Yohandry, se quito la camisa.
– No soporto el calor, en cuanto pueda me compro un aire acondicionado o un ventilador aunque sea.
Yusimì, no podía mirar la película, el torso desnudo del muchacho la atraía demasiado. Yohandry no tardo en darse cuenta, terminaron abrazados. La noche los sorprendió desnudos y exhaustos en la cama.
– Debo irme, mi mamá debe estar preocupada, es muy tarde.
Yohandry la beso intensa y apasionadamente.
– No te vas sin jurarme que volverás mañana.
– Sabes que volveré siempre, no se como, ni por qué, pero este es mi lugar; entre tus brazos.
Cuando llego a su casa, su mamá estaba despierta, sentada en su sillón, sonriendo.
No hizo preguntas, beso a Yusimì, le dio las buenas noches y se fue a dormir, segura que la fuerza del amor podría más que informes y vigilancias.
En su cuarto, a solas, Yusimi, comenzó a redactar su informe final, un informe en contra de ella misma. Se consideraba indigna del puesto de vigilante mayor, no solo indigna, ya no le interesaba esa posición. Escribió a su jefe; he comprendido que la vida no es vigilar y hacer informes, la vida hay que vivirla, disfrutarla, dejar a los demás vivir a su manera, sin acumular datos y estadísticas, informes y notas. Adjunto a mi carta de renuncia los prismáticos, de ahora en adelante no los necesitare, estaré muy ocupada mirando con mis ojos y con mis manos. Envío la carta y los prismáticos, salio corriendo para casa de Yohandry, se encerraron en su cuarto. Cuentan los vecinos que 9 meses después nacía el hijo de Yusimi y Yohandry. Todos aportaron algo a la celebración sin temores, ni jugando a las escondidas. Su barrio era el único sin vigilantes, ni informes, pero con mucho amor, un barrio que ardía en deseos y esperanzas.