Los cubanos no podemos permanecer callados mucho rato. Siempre tenemos que opinar, decir algo, hablar, aunque sea mierda, que es generalmente lo que más hablamos.
En las colas entablamos conversación con el que va delante, con el de atrás, con cualquiera. Y casi nunca logramos ponernos de acuerdo en lo tratado, excepto en generalidades indiscutibles como que hay mucho calor o que “esto no es fácil”.
Por estos días, el tema obligado en las conversaciones en las colas es el futuro de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Escucho muchos comentarios que de tan ingenuos, conmueven.
Uno puede llegar a entender, luego de tantos años de desesperanza, estas ilusiones prendidas de un clavo ardiente, este optimismo como de enfermo en fase terminal que hace planes para cuando salga del hospital.
Pero se dice muchas sandeces. Como las que le escuché hace unos días, mientras esperaba una guagua que demoraba en pasar, a un hombre de unos 50 y tantos años, con pinta de ex militar convertido en burócrata.
El tipo, con una sonrisita de poseedor de la verdad absoluta cuando exponía sus argumentos, trabó conversación conmigo para explicarme los planes de Obama para Cuba y predecir su fracaso.
El hombre, que subía la voz para que todos oyeran que confiaba en los líderes de la revolución y que ellos saben lo que hace
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n en sus tratos con los yanquis, aseguró: “Los americanos, como no van a poder cambiar este gobierno, van a tener que cuadrar, hacer negocios y ver qué provecho pueden sacar de nosotros”.
Cuando yo pensaba que iba a hablarme de turismo, maquiladoras y mano de obra barata, me confió casi en un susurro que sabía de buena tinta que el gobierno norteamericano aspiraba a que, como mismo envió médicos para combatir el ébola, Cuba, que era experta en guerras africanas, enviase militares a África, que esta vez serían armados por ellos, los yanquis, y no por los rusos, para que acabasen con Boko Haram en Nigeria, las milicias islamistas en Libia y Somalia y cuanto grupo terrorista emparentado con Al Qaeda y el Daesh –él lo llamó Estado Islámico- haya en el continente negro.
El tipo me miró atravesado cuando dudé que los cubanos volviesen a pelear en África, y menos por encargo del gobierno norteamericano, y trinó de rabia cuando le dije que si en catorce años de guerra, los mejores generales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) no habían conseguido derrotar a Jonás Savimbi y la UNITA, qué coño iban a vencer a los fanáticos de Boko Haram y el Daesh.
No sé por qué me asombré tanto con los delirios de este ex militar, adoctrinado hasta la médula, que solo sabe lo que dice el periódico Granma, el NTV y la Mesa Redonda y que se cree el cuento de que “los cubanos somos los mejores en todo gracias a Fidel, que nos puso en el mapa, como si fuéramos una potencia”. Con esa propensión que tenemos los cubanos a hablar boberías, hace unos meses a alguien tan bien informado como el académico cubano-americano Jorge Domínguez se le ocurrió la idea -y no tuvo reparos en defenderla ante un periodista- de que Cuba, para ganar protagonismo, en lo que se convierte en la Singapur del Caribe, dada su experiencia en misiones internacionales, pudiera ser la principal suministradora de cascos azules de la ONU.
Los medios oficialistas tienen un efecto anonadante en ciertas personas medianamente cultas, pero con conocimientos dispersos, desorganizados, y que no tienen acceso a otras fuentes de información. Mi interlocutor de la cola resultó ser de los que creen al dedillo todo lo que dice la Mesa Redonda –no se pierde una, según me dijo-, aunque sean cretinadas tales como que los atentados terroristas del 11-S fueron una autoagresión preparada por George W. Bush y la CIA, y que el Daesh es una creación norteamericana e israelí.
La conversación se centró entonces en el Daesh. Le expliqué que sus filas se nutrían de militares del ejército de Sadam Hussein que quedaron al garete tras ser derrotados por los norteamericanos, de chechenos, afganos, paquistaníes, fanáticos de medio mundo, adoctrinados en las madrazas, y que las a
rmas las compraban con el mucho dinero que les daba la venta del petróleo. Pero de nada valió: el tipo repetía como un papagayo que el Daesh lo crearon los yanquis.
Traté de razonar con él, que si bien el Daesh podía convenirle a los Estados Unidos para acabar con el régimen de Assad, y a Israel para tener ocupado a Hizbollah, también le convenía a Arabia Saudita para contrarrestar a Irán, a Turquía para que extermine a los kurdos y al propio Assad, para que al ser desplazada la oposición moderada por los extremistas, Occidente se convenciera de que no vale la pena apoyar a terroristas que impondrían un régimen más peligroso para sus intereses que el actual.
Las personas de la cola nos escuchaban extrañados, sin entender ni jota, pero ni remotamente mostraban el azoro de mi interlocutor, que me miraba como si yo fuera de Júpiter. Cuando ya en plan de suspicacia pre-chivatona, me preguntó: “¿Compadre, de dónde tú saliste, cómo sabes todo eso, cómo te las arreglas para inventar esos rollos?”, justo en ese momento, apareció la guagua.
Mientras entre codazos y empujones montaba en el abarrotado vehículo y perdía de vista al tipo, me hice el firme propósito de no volver a desperdiciar tiempo y energía en razonar con zombis como ese. Pero sé que incumpliré ese propósito en cuanto esté en la próxima cola. Que uno es cubano y no puede contenerse, ¿no?
Publicado en:https://cubanosporelmundo.com/blog/2015/08/24/al-habla-con-un-zombi/
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