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El pedido lo había llenado de orgullo. Que el gobierno venezolano le pidiera a Luis Fernando Arango, un funebrero de Medellín, su carroza fúnebre de lujo –un Lincoln modelo 98, todo vidriado–, para el desfile póstumo del fallecido Hugo Chávez, era un honor. Un privilegio. Carrozas como esa no hay en todas partes. Y Arango dijo sí, en seguida. La entregó gratis, sin más. Y el Lincoln partió hacia suelo venezolano para una cita con la historia. El problema fue cuando el dueño lo quiso recuperar.
Todo empezó con un llamado telefónico el 6 de marzo de 2013. Llamaban de Venezuela, de la Funeraria Vallés. Le pedían a Arango un coche fúnebre vidriado para el sepelio de Chávez. Era importante, dijeron, que la gente pudiera ver el ataúd del comandante.
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br />El gobierno de Venezuela mandó un avión de la Fuerza Aérea hasta Antioquia para buscar el coche. No había mucho tiempo, todo se hizo a velocidad de la luz. El funeral era al día siguiente. Así que en un abrir y cerrar de ojos el lujoso Lincoln despegó hacia Venezuela, lejos de sus dueños.
Todo se hizo rápido, hasta los papeles del trámite de exportación del vehículo. Tan aprisa se hizo todo que al parecer algún documento aduanero quedó en el olvido. Lo único importante era que la carroza llegara a tiempo a Caracas. Y así fue. El resto no importó. Entonces.
El funeral terminó. El auto apareció en fotos, videos y en las trasmisiones de los medios de todo el mundo. Allí iba el fallecido Chávez en su último viaje. Pero el avión de la fuerza aérea venezolana jamás regreso. Y el auto tampoco.
Primero se dijo que se suponía que el auto no debía volver por aire. Luego hubo demoras en Venezuela para definir una fecha de devolución. Y así pasó un mes, dos, tres… seis. Hasta que el Lincoln apareció en la frontera con Colombia, del lado venezolano. Y allí fue don Arango a buscar su carroza. Era julio de 2013.
El auto entró a Colombia sin que quedara registro alguno. Con lo cual, aquello parecía ser un coche contrabandeado y por ende debía serconfiscado, entregado al Estado y rematado, todo ante la cara azorada de su dueño.
El vehículo fue subastado en mayo de 2014 en un puja pública en la que su dueño original no podía participar. Así que otra persona se llevó la carr
oza tras pagar la friolera de 45.000 dólares.
Los dueños de la funeraria colombiana no estaban dispuestos a bajar los brazo. Encontraron a la persona que adquirió el vehículo y se lo compraron por… ¡60.000 dólares! Es el valor de las cosas históricas.
La carroza volvió a aparecer hace poco en un desfile de autos antiguos y clásicos en el marco de la Feria de las Flores de Medellín.
La limusina Lincoln de 1998 se convirtió en el principal atractivo del evento en el que participaron 260 autos. “Fue una participación oportuna, había mucha expectativa y un sentimiento especial por este auto y su historia”, dijo Luis Fernando Arango, gerente de la Funeraria San Vicente y feliz dueño del vehículo.
Publicado en El Clarin
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