Publicado en:https://www.cubanet.org/opiniones/la-utopia-del-cubano-un-bistec-con-papas-fritas/
Cuando a Woody Allen se le ocurrió decir que el realismo es el único lugar donde puedes adquirir un buen bistec, debió tener presente nuestro caso. Los cubanos, que somos cada vez menos realistas, hemos padecido durante varias generaciones la pérdida total de contacto con ese lugar donde es posible adquirir no digamos ya un buen bistec, sino uno aunque sea regular, siempre que sea de res. La gran utopía para la gente de a pie en Cuba no fue como se dice alcanzar el comunismo. Era y sigue siendo comerse un bistec de res con papas fritas.
Pero no hay que perder la esperanza. El gobierno acaba de ordenar a las autoridades agrícolas que organicen “un conteo nacional de ganado vacuno”. Tal vez descubran que aún les quedan vacas, de modo que están a tiempo de materializar nuestra utopía. Bastará con que mantengan el poder durante otro medio siglo.
Cuentan quienes las contaron que en 1959 había en la Isla una vaca por cada habitante. Luego, con las primeras conquistas de la revolución, la cifra se redujo a una vaca por cada tres cubanos. Fue ahí cuando empezamos a perder contacto con el realismo, pues, a no ser que pertenecieras a la famil
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ia real o a su cohorte de protegidos (o que como medida de urgencia optaras por el temerario oficio de ladrón de vacas), podías gastarte una muy larga vida sin ver ni en fotografía esa tercera parte de vaca que te tocaba, teóricamente quiero decir.
Con todo, nuestro paso definitivo hacia la irrealidad, en materia vacuna, tendría lugar gracias a dos eventos de singular trascendencia. El primero fue fruto de una de las inspiradas iniciativas del comandante en jefe, quien, ante la escasez cada vez más dramática de vacas en el paisaje cubano, quiso potenciar el rendimiento de las pocas que había. Así que, junto a la formación del hombre nuevo, dispuso la de la nueva vaca mediante un cruce genético entre vacas lecheras y vacas carnosas para lograr, de cada una de ellas, una súper-industria en cuatro patas capaz de proveernos de carne y leche a un mismo tiempo. Por vez primera estuvo cerca de hacer realidad la utopía, pero la cosa falló a última hora. Y de qué modo. Ya que, según un afilado humorista nuestro, en vez de dar leche y carne a un tiempo, la nueva vaca para el hombre nuevo sólo daba lástima.
El otro inspirado esfuerzo por acercarnos al realismo fue la orden de contar cada cierto tiempo las vacas de los guajiros, a ver cuántas les iban quedando. Para facilitar la cosa, ordenaron nuestros caciques que cada vaca llevara una especie de arete en una de las orejas. Es como su carnet de identidad. Intransferible y de uso inexcusable. Ya sabemos que todo ciudadano que aquí salga a la calle sin el carnet de identidad, corre el riesgo de ir a parar a un calabozo de la policía. Tenemos suerte, con respecto a las vacas, pues si éstas salen al potrero sin su arete, pueden ir a parar al comedor de una estación de policía.
Un guajiro al que conocí solía esconder de vez en cuando alguno de los hijos de sus vacas para que las autoridades no le engancharan el arete. Si no había arete, no había ternero. Y ya que éste no era real, podía convertirlo en reales bisteques para su familia sin arriesgarse a que lo condenaran a ocho años de cárcel, que es lo estipulado por la ley contra cualquier guajiro que incurra en el grave delito de sacrificar una de sus propias reses para dar de comer a la familia.
Como se ve, la iniciativa de los aretes tampoco fue eficaz del todo, no sólo p
orque los guajiros escondían sus terneros. También, y sobre todo, porque el número de ladrones de vacas empezó a crecer en la misma medida en que la gente de las ciudades perdía todo contacto con lo que es el realismo, según Woody Allen. Fueron tantos los ladrones que, sin ponerle aretes, se hizo más fácil contarlos que a las vacas. Y para colmo, las pérdidas empezaron a resultar dobles, ya que los ladrones cargan con las vacas y además con sus aretes.
No obstante, los aretes conservan plena vigencia. Incluso, como se ve, han pasado a formar parte de eso a lo que llaman el nuevo modelo de la economía socialista en Cuba. Lo primero es lo primero. Y lo primero en este caso es contar las vacas, a ver si queda alguna. Pero no hay que perder la esperanza. Todo nos indica que el asunto está a cargo del mismísimo José Ramón Machado Ventura, segundo secretario del partido comunista. Y nada es más efectivo, para actualizar un viejo modelo, que ponerlo en sus manos rejuvenecedoras.
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