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Gallos, los finos límites de una tradición


La cría y pelea de gallos finos en Cuba es mucho más que un deporte o tierra fértil para los apostadores: es, en esencia, un estilo de vida y la más arraigada tradición en el campo cubano, tan arraigada que en el país los duelos de gallos son totalmente legales. Lo ilegal es el mundo generado alrededor de la valla. El Chino ya cumplió 48 años de edad y lleva en este ajetreo más de 40, para él —lo confiesa con orgullo— los gallos son parte fundamental de su vida. Después de tanto tiempo en el pueblo todos respetan sus criterios sobre el tema y, sin ser gallero profesional, es uno de los hombres que más conoce del asunto y de los que más suerte ha tenido en las vallas. “Se trata de muchos detalles, pues son animales muy delicados en su crianza y preparación. Por eso es necesario alguien dedicado a ello a tiempo completo”, explica. Existen hoy en Cuba tres razas fundamentales: el Gallo Gaucho Oriental (también llamado Argentino), el Corner y el Criollo, que es el más tradicional y viene desde el siglo XIX con los mambises. Ya a partir de los siete u ocho meses el gallo se envía a una gallería donde es preparado durante al menos tres meses con sesiones de entrenamiento, comidas adecuadas y a horas regulares. Allí también se tusan, tanto por debajo como por encima del lomo, “no se hace solo por tradición, sino porque así los gallos rinden más en las peleas”, asegura El Chino. Las peleas se efectúan en vallas estatales o clandestinas, sitios estos últimos que todo el mundo conoce y muy pocos molestan. Las locaciones legales, algunas de ellas muy famosas como Alcona —ubicada en las afueras de la capital cubana y avalada por el Comandante de la Revolución Guillermo García—, son plazas de esparcimiento regenteados por instituciones cubanas que han construido todo un mundo alrededor de las peleas. Allí miden sus gallos los asociados a la valla, quienes no pagan entrada y generalmente presentan dos ejemplares en cada fecha. Pero en las vallas estatales la acción no es constante, con picos de actividad a partir de la última quincena de diciembre hasta mediados de agosto del año siguiente. Por otra parte, los palenques particulares están en el monte, aparentemente escondidos aunque no son molestados por la policía. En esos sitios también se han generado ofertas para satisfacer a los asiduos: almuerzos, venta de suvenires y de cuanto se pueda imaginar. Estas vallas generalmente obtienen sus ingresos a partir de las entradas, que oscilan entre los 60 y 80 pesos (unos 3 dólares) por persona. En ambas locaciones se comparte la pasión por los gallos y las apuestas, que constituyen un fenómeno aceptado. En Cuba lo ilegal no es la pelea de gallos en sí, sino apostar; sin embargo, quienes están al frente de los locales solo piden discreción a los jugadores. Se trata de algo inevitable y en algunos sitios llegan hasta los 200 mil pesos (unos 8000 dólares) por pelea. No obstante, asegura El Chino que allí nadie habla de apuestas ilegales, y tampoco nadie las impide. “Yo mismo he peleado los míos hasta por 20 mil pesos”, explica. Pero el dinero —tanto dinero— también trae el riesgo de la trampa disfrazada de veneno y medicamentos en las espuelas (untura). Para contrarrestar esto, en la valla de Alcona existen laboratorios según explica El Chino, pero en el monte la solución fue designar a una persona para que limpie las espuelas y dé de tomar al gallo. Eso sí, la cultura de los gallos en Cuba es estricta en este tema y los galleros de respeto desprecian a los tramposos por empañar el buen nombre de esta práctica. “Entre nosotros no se concibe la trampa, al menos no entre quienes se han dedicado toda la vida a criar gallos. Tampoco es lo usual, eso generalmente pasa en vallas de poco respeto a donde van gente sin escrúpulos para ganarse cuatro pesos”, enfatiza El Chino visiblemente enfadado por el tema. Por impredecible y bello, el gallo ha encontrado en los campos cubanos un asidero cultural imposible de romper. Quizás por eso sea permitido, a pesar de que todos conocen que genera apuestas y que a su alrededor se ha construido un microcosmos que vive expectante a la orilla de la valla.

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