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No recuerdo con exactitud cuánto tiempo ha transcurrido desde que no veía a Cristina, pero deben de haber pasado más de tres años, porque hoy, cuando la vi en casa de una amiga en común y le pregunté por la hija que tantos dolores de cabeza le daba, me respondió muy contenta: “Está bien, tranquila, se casó y tiene un niño, que pronto cumplirá dos años”.
Cuando la hija de Cristina cumplió 16 años y estaba estudiando en el preuniversitario, comenzó a cambiar radicalmente. Al principio inventaba que iba a estudiar con unos compañeritos del aula, y llegaba tarde o se quedaba a dormir en casa de alguna amiguita. Así fue poco a poco, hasta que dejó de venir algunas noches, aunque seguía en el pre y según algunos maestros era buena alumna.
Luego dejó la escuela y comenzó a desaparecer con más frecuencia, algunas veces hasta una semana. Desesperada, la madre salía a buscarla y acudió a todos los métodos para disciplinarla, desde la persuasión a la violencia, pero sin resultados. Según asegura una amiga, la joven le dijo que no seguiría estudiando porque por mucho que se graduara, no iba a resolver sus necesidades económicas, y que lo que ella necesitaba era “un yuma para vivir bien”.
Entre sus clientes se encontraba un español que le triplicaba la edad. Este señor quiso conocer a su mamá y venía a recogerla a la casa. La muchacha quedó embarazada. El español le reparó la casa, que estaba en muy malas condiciones. Cuando nació el niño, se casó con ella y desde entonces viene con más frecuencia. La llevó a vivir un tiempo a España, pero ella no se adaptó. Allá vive la familia de él, sus hijos, sus nietos -por cierto bastante mayores que ella-, y no se siente bien entre ellos.
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Aunque no puedo pensar que eso es lo que Cristina como madre hubiera querido para su hija, lo cierto es que al menos la joven ya no pasa las madrugadas en las calles al acecho de un cliente, extorsionada por proxenetas o policías o arriesgándose a ser encarcelada en cualquier momento.
Esta historia de vida de una jinetera no será la más feliz, pero en la Cuba actual, este ha llegado a ser el sueño dorado de una prostituta. Tampoco es la excepción: muchas jóvenes acuden a la profesión más antigua para salir de la miseria y el desamparo en que se encuentra nuestra población.
Du
rante años, Fidel Castro vociferó que la revolución había acabado con el juego y la prostitución, “lacras de la sociedad capitalista”, aunque más tarde se vio obligado a reconocer públicamente su existencia: “Nuestras prostitutas son las más sanas e instruidas del mundo” (lo cual además es mentira).
Y es que con la crisis económica iniciada en los años 90, el llamado periodo especial, la prostitución (jineteras) se propagó como pólvora. Hoy, miles y miles de jóvenes en todo el país acuden a esta práctica en busca de satisfacer sus necesidades económicas y/o sus urgencias migratorias. Asombrosamente, las jineteras no son mal vistas por un amplio sector de la población, sino en muchos casos admiradas, pues en general ostentan un nivel de vida más alto de lo que en Cuba es posible alcanzar con un salario.
Publicado originalmente en CubaNe
Publicado en:https://cubanosporelmundo.com/blog/2016/12/05/sueno-dorado-una-prostituta/
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