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Prostituta Cubana



En La Habana, en toda Cuba, hay un montón de incoherencias. Una de ellas me resulta extremadamente llamativa, y es la que implica a un sitio de la ciudad y al topónimo que lo nombra. El Beauty es un espacio céntrico y muy conocido por algunos habaneros, situado cerca de la Ciudad Deportiva, del bidé de Paulina y de la Avenida 26. Está también muy “definido”, y no solo porque se acomode en ese pedazo de la Avenida de Rancho Boyeros que va desde Vía Blanca hasta la Calzada del Cerro; su particularidad tiene que ver, también, con lo que allí sucede cada noche.

El Beauty es un espacio muy visible y poblado de árboles que por el día ofrecen cierta sombra, una ceiba enorme acoge ofrendas que pueden ser pisadas en la noche sin malas intenciones, en la mañana esos ofrecimientos conviven con los abandonados condones. El Beauty es una de esos caprichosos espacios de libertad que tiene la urbe cuando alumbra la luna; para muchos es un sitio “ambiguo”, demasiado “turbio”. Desde finales de los setenta, quizá desde antes, ese tramo se convirtió en un punto para el ligue gay nocturno, hasta allí se mueven homosexuales de toda la ciudad para tener un encuentro furtivo, anónimo la mayoría de las veces.

A ese Beauty, que muy poco tiene de belleza pero sí algo de libertad, van muchísimos cubanos… Divine es una de ellas. Así se hace nombrar porque, según dice: “Mis amigas aseguran que me parezco a esa gordita americana que tiene un tremendo pelucón rubio…” Así se refiere a la drag nacida en Maryland mientras hace boquitas y se bate el pelo largo y falso con el dorso de la mano, delicadamente, de abajo hacia arriba. Cuando le cuento que ya la actriz no está, que se murió, chilla molestísima: “Ay, solavaya, esas desgraciás me pusieron el nombre de una muerta”.

El verdadero nombre de Divine es Orlando. Cuando me lo comentó, después de que aceptara conversar conmigo y me “tumbara” el primer cigarro, tuve ganas de decirle que no le habría hecho falta cambiar su apelativo, y que el suyo servía lo mismo para una mujer que para un hombre, pero por suerte me asistió la cordura y no hablé de Virginia Woolf, hasta le dije que ella me parecía más bonita que la americana s
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abiendo que mentía, y ella lo agradeció juntando bien los labios teñidos para hacer “una boquita”.

Lo primero que me aseguró Divine fue que le habría gustado vivir en otro lugar y no en La Habana. Porque le dije que podría decidirse por Oriente, se exaltó diciendo que de allí había venido, que en aquel campito de Las Tunas le hicieron la vida imposible, que la policía se pasaba la vida haciéndole advertencias, y en Cuba esas amonestaciones, esos avisos de que la podían meter presa, la tenían harta. “Tuve que agarrar los bártulos y venir pa’ ca. Te juro que entonces quería quedarme. Me encantaban aquellos guajiros, son mejores amantes que los hombres de aquí, no tienen tanto prejuicio… Lo hacen con una mujer, con una chiva, con su propia puerca… ¡aunque me prefieren a mí!”.

Siempre creyó que lo mejor sería salir de Oriente, que con el viaje todo iba a arreglarse. “¡Me equivoqué!”. Aquí las cosas no le fueron bien y soñó con hacer un viaje más largo que la pusiera fuera de la isla. Muchos de sus amantes orientales están ahora en La Habana; algunos son pingueros (prostitutos) y otros policías, pero ya no la miran. “Me he puesto vieja, y la mala comida me pone gorda, además no tengo un medio”. Entre las razones que tiene Divine para hacer tan largo viaje está el hecho de que en cualquier parte de Cuba se siente fuera de lugar. “Todo el mundo me mira como un bicho raro. Nadie me da trabajo, ni siquiera después de tanto lucharme la residencia (permiso que exige el gobierno para residir en la capital)”. Por eso decidió que para dar placeres en una cama, en El Beauty o en el Bosque de La Habana, tendrían que pagarle. Entonces me pidió otro cigarro. “Y no te molestes porque contigo estoy perdiendo tiempo y dinero”.

Cuando Divine era Orlando, e iba a la escuela, no conseguía concentrarse. Los maestros se burlaban, los compañeros lo golpeaban. Repitió tres veces el cuarto grado, y no quiso ir más a la escuela. “¿De quien es la culpa? ¿Es mía?” A él le habría gustado hacer lo mismo que su abuelo paterno, aquel que estuvo recluido en las UMAP por ser homosexual. “Mi abuela lo sorprendió boca abajo, engarzado por un vecino. Como ves, lo mío viene de atrás…” El abuelo fue infeliz hasta el día en que se fue por el Mariel. “Cuando lo cogieron con el ‘jevito’ tenía diecisiete años. ¡Lo que debió pasar! Desde hace mucho no pienso en otra cosa que no sea largarme”. Ella no sabe qué hará del otro lado, pero algo se le va a ocurrir.

La “desgracia” de tener un progenitor homosexual convirtió al padre de Divine en un monstruo. Desde que notó las preferencias de su hijo, pretendió corregir las cosas dando golpes, y peor fue la reacción de los vecinos, de los maestros, de la policía. “Yo soñaba todo el tiempo con largarme y no estudié na’, me dediqué a limpiar piso a cambio de cualquier cosa. Si supieras to’ lo que tuve que aguantar”. Fue por eso que vino a La Habana, y fue peor. Cuando Orlando no era Divine dormía donde quiera, la mayoría de las veces en la Terminal de ómnibus, entonces comenzó a tener sexo a cambio de unos pesos, según ella no podía pedir mucho. “Entonces no sabía producirme y hedía como una puerca”.

Encontró la suerte en una estación de policías. “Esa noche me llevaron pa’ Dragones y conocí a Rocío, que realmente se llamaba Arnaldo y que también tenía su talismán: un yuma (turista extranjero) con dinerito. Esa noche me sorprendieron dejando a un viejo sucio que me hiciera un montón de cochinadas en un banco del parque de la Fraternidad. El policía se metió en su bolsillo los tres CUC que pagó el viejo”.

Cuando llegó a la Estación de Dragones, ya Rocío estaba allí. La llevaron por asedio al turismo. “¿Qué asedio ni asedio si ella estaba con su yuma? El venía a verla cada dos meses. Cuando me dijo que la tenían allí porque la encontraron con un vasco no se me ocurrió otra cosa que preguntarle: ¿Niña, pero qué te metiste? Por suerte no se molestó y me explicó que no era ningún aparato raro, que era un hombre español, de una provincia…, Ay, pero no recuerdo el nombre. El caso es que si no era de Madrid entonces era oriental…”.

Por ser ‘oriental’ declararon a Divine como ilegal y la deportaron para su “lugar de origen”, pero Rocío le anotó su dirección en un papelito y le dijo que volviera. Eso hizo; a los dos meses ya estaba de vuelta e “instalada” en casa de su amiga. “Le

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caí bien al yuma-vasco de Rocío y hasta le pidió que me recibiera en su casa, la que él mismo había comprado. Trabajé como una mula en esa casa; hacía mandados, lavaba, limpiaba…, trabajé mucho y el yuma de Rocío pagó los treinta pesos que costó la transitoria y después los trescientos de la dirección definitiva”.

Cuando ellos se fueron, Divine siguió siendo habanera. El marido de su amiga la ayudó más, pagó los dos mil CUC que costó su cuartito en un solar de Centro Habana. “Está cayéndose pero es mío, y lo tengo adornadito”. Lo malo es que no consiguió todavía a su yuma. Aunque los amigos del marido de Rocío la buscan en cuanto llegan, lo único que quieren es que ella les busque “puntos” jóvenes. Ella los ayuda pero ninguno se queda con ella. “No se por qué será… ¿Tu crees que soy muy fea?

Divine se ha tenido que conformar con ir al Beauty y cobrar dos pesos, cuando más tres, por una chupada. “Por suerte soy una experta y siempre hay algún borracho que me busca… ¡Si supieras la cantidad de policías que atiendo! ¡Ahí sí que me pongo las botas!…, pero no puedo cobrar nada”.

“Lo que más quiero es irme de este país donde mi pobre abuelo estuvo preso por acostarse con un hombre entre cuatro paredes. Los mismos que lo mandaron pa’ la UMAP son los que me declararon ilegal en esta ‘capital de todos los cubanos’. ¡Dime tú, dime cómo diablos me voy! ¡Dime qué hago si me quedo, dime qué hago con tanto rencor!” Lo peor es que ya tiene cuarenta años y, como dice, casi analfabeta. “¿Cómo me voy?”, así dice dando golpes en su pecho, y veo sus ojos inyectados, lagrimeando… “Yo no tengo manera de salir. Yo no quiero seguir aquí pero no sé cómo largarme. ¡Dime tú! Y si no vas a decir nada entonces lárgate y déjame unos cuantos cigarritos que me jodiste la noche!”.

“Toma, toma los míos, yo tengo más en mi casa”. Así le dije y le dejé todos lo cigarros que quedaban sin que ella entendiera que aquellos versos que pronuncié engolado eran de Martí. Me fui sabiendo que yo no le había jodido la noche. A Divine le jodieron la vida los mismos que encerraron a su abuelo hace ya cincuenta años. Y ojalá que Orlando, es decir, Divine, no tenga que escapar


Publicado en:https://www.cubanet.org/destacados/a-divine-le-jodieron-la-vida/

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