Las estadísticas “oficiales” sobre Cuba no suelen dar cuenta de lo que realmente sucede en la isla.
Más de 3 millones de cubanos y cubanas que las estadísticas oficiales registran como “trabajadores estatales”, sin embargo, como miles de personas en la isla, están reconocidas simultáneamente en las nóminas de varios centros laborales, estrategia que les han servido para, con sudor y entre todas sus ocupaciones, reunir el sueldo de 1200 pesos mensuales, el equivalente a unos cuarenta y tantos dólares.
Un verdadero enigma si continuamos observando el entorno y nos percatamos que también con la cifra de trabajadores por cuenta propia sucede algo similar, y que al casi medio millón de “privados” pudiera restársele unos miles entre trabajadores fantasmas, personas que registran sus negocios con prestanombres, testaferros, e incluso quienes usan una licencia como fachada de algún otro “negocio por la izquierda”, así como algunos trabajan “para el Estado” como rejuego de algo más. Es decir, la cifra seguiría disminuyendo.
La Oficina Nacional de Estadísticas, además de liberar los datos con enormes retardos y vacíos, no distingue entre licencias entregadas, altas laborales y personas que en realidad están ejerciendo, y no lo hace por ocultar una información sino por la incapacidad para determinar quiénes constituyen o no una fuerza laboral real.
Un cálculo que, de poder hacerse, sospecho terminaría por ser manipulado el resultado, debido a los efectos que tendría en la opinión pública la constatación de que la masa trabajadora estatal cada día se reduce a velocidad supersónica debido a los bajos salarios pero, además, por otras dificultades que abarcan desde el hartazgo por la manipulación del único sindicato obrero, subordinado al único partido político, ambos comunistas, hasta la crisis del transporte.
La realidad es que no hay suficiente fuerza de trabajo y que ninguna fórmula emprendida por el gobierno para solucionar el problema está surtiendo efecto, aun cuando las estadísticas aparenten ser positivas.
Visto desde la perspectiva “oficial”, parece que todo marcha hacia un feliz desenlace pero se sabe que las universidades, y hasta las escuelas tecnológicas, se han convertido en un trampolín para esa otra emigración en masa que nadie ve, y que apenas un mínimo de jóvenes decide realizarse profesionalmente en Cuba. Mientras que al interior de las empresas estatales las plazas apenas están ocupadas en un 50 por ciento y, lo peor, no existe estabilidad laboral.
Las estadísticas no reflejan en su verdadera magnitud tales fluctuaciones y se dan casos como en que un mismo trabajador, en un año, transita por decenas de empresas, lo cual termina distorsionando los informes.
Una cosa dicen los números y otra, la realidad. Los ejemplos de la educación y la salud cubanas, ya por socorridos en los análisis, no asombran a nadie. Miles de maestros y médicos graduados por año no significan precisamente servicios de calidad en esos campos. Las quejas abundan en las redes sociales y los medios alternativos, al punto que la prensa oficialista, como para no hacer tan evidente su proverbial ceguera, ha tenido algunas veces que hacerse eco de algunas atrocidades que, lamentablemente, no son la excepción de la regla.
En estos y otros ámbitos, las estadísticas han servido menos que como práctica de la transparencia informativa, para proyectar un espejismo y dibujar una realidad que, sin mentir demasiado, no es. Las estadísticas sirven, claro que sí, pero sobre todo al que no le basta con verse de mendigo para concluir que la pobreza existe.